En mi época de campesino, en mi época de labrador, en mi etapa de trabajador que llega tarde a casa, en definitiva, en cualquiera de mis vidas anteriores en donde solo tenía un disfrute seguro, que no era otro que el calor del sol en mi piel, hubo el mismo grupo de hombres de vestimenta oscura. A veces por encima se cubrían de prendas de seda y volantes dorados. Siempre el oro bañaba sus cuerpos de un modo u otro. Siempre impolutos, píos y puros, según ellos mismos reconocían. Siempre a paso firme, siempre hablando en nombre de algún ser superior.
Yo, yo y todos los demás, todos aquellos que no teníamos tiempo para entregarnos a pensamientos complejos que fundamentaran la existencia del señor, aquellos que no entendíamos más que la letra gorda, aquellos que no pudimos dar más porque no teníamos fuerzas ni para nosotros mismos, seguimos existiendo en muchos lugares altos. En muchas plazas, castillos, monumentos que levantamos nosotros mismos.
Solíamos danzar cuando nos sentíamos felices, porque era eso lo único que podíamos hacer. Y por eso también fuimos perseguidos... Perseguidos por las sotanas asesinas que aún no sé por quién responden. Ellos dicen que por Dios.
Sinvergüenzas.
Ellos dicen que responden por Dios, y son abobinables. Qué entienden de amor ese montón de gilipollas?
Y ahora se reunen en las calles de madrid, y aún tienen ganado el respeto de un montón de gentes. Qué miedo me dan. Son la realidad que conozco más cercana a la peor de mis pesadillas.
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