Supongo
que tiene que llegar el día en que me vista de coronel, me ponga ese uniforme
de gala con las mejores acreditaciones, supongo que ha de llegar ese día en que
saliendo a la calle con paso firme, yerga la cabeza y mire al firmamento sin
ningún atisbo de duda. Ha de ellegar el día en que un punto empiece a brillar
en la espesura; entre las nubes grises. Algo que abra el cielo como si fuera
el vientre de un cerdo recién cercenado. Una lluvia sanguinolienta de riñones e
intestinos debe caer sobre todos nosotros. Lo más jodido será que poco me va a
importar.
Aún me
siguen preguntando porqué digo este tipo de cosas. Yo les contesto que hay
quien saborea un helado mientras sabe que niños mueren. Así, que ¿qué tiene de
extraño lo que yo hago? Supongo que la gente suele habituarse a vivir en el
centro de su pequeño círculo de percepción, obviando así tanto dolor que se
produce alrededor. No voy a ser yo quien cambie esta decisión. Pero claro, que
ellos tampoco intenten cambiar la mía. En mi habitación, cuando jugaba con mi
hermano a derribar pequeñas murallas de madera, empecé a suponer lo que
realmente se cocía en el mundo. Llevo tanto tiempo dándole vueltas que ya casi
ni me duele. No me duele que mañana pueda ser mi última noche en la tierra, si
sé que la mía no es una muerte puntual. No me asusta dejar este mundo si lo
hago con todos los demás.
Bien es cierto que en ese caso, yo como la generalidad de las personas, caería en un profundo desespero.... pero a la vez, el morbo me invadiría.
El morbo de ver cómo reacciona esa gente que siempre tuvo preocupaciones tan
estúpidas. Un pequeño placer que envuelve la gran angustia de la desaparición. Un
pequeño regalo que saborearía en medio de la desazón. Me gustaría ver qué hacen
todos aquellos que nunca tuvieron tiempo para darse cuenta de lo que significa
vivir, instantes antes de desgajarse, en por ejemplo, un mar de cuchillas. Me he dado cuenta de que paradójicamente, quién menos piensa en lo que
le rodea, en el milagro de la existencia, más teme desprenderse de su propia
vida. Hay tanta gente -suspiro- cuyo comportamiento promete tanto, en caso de saber que
su propio fin está cerca...
Por
eso, me coloco mi traje y voy repasando instantáneas de la última noche en el
mundo. A mí también me va a doler, pero sé que toda esa poca elegancia, toda esa falta
de honestidad que ha llevado a unos cuantos gilipollas tan alto en un mundo asqueroso que ellos se encargaron de blindar, va a ser
también la que les haga parecer tan ridículos cuando caigan.
Disfrutaría
tanto…