La muerte y todo lo que hay antes. El hogar, los perros y la fuerte tormenta que
azota lo que un día fue campo, y hoy es un parque público con acceso para gente
de movilidad reducida. Toda la vida, a
veces, parece ser así de fría, tanto que se olvida. Le enamora olvidar. Se
olvida a sí misma. Prohibido recordar más de la cuenta. Y más prohibido aún,
construir a partir de recuerdos.
Ayer soñé con Didac, el polla espada. En mi sueño, el tipo aún era
delgado. Él jugaba a fútbol con los muchachos de Calafell, y yo de repente aparecía
con mi edad actual, me sumaba a uno de los equipos, y le hacía una broma ácida.
Didac entonces me perseguía, y yo no sabía si me quería matar enserio o sólo quería continuar con la broma. Igual que cuando jugábamos a tiburón en la piscina, y él se dedicaba a
darnos caza. No recuerdo exactamente cómo fue, pero alguna vez nos inventamos una
especie de olimpiadas en donde yo ganaba a Carlitos. Él lloraba y me quería
apalizar. No soportaba mi victoria. Me perseguía por los pasillos de los
trasteros y los garajes. Echo The Dolphin se convirtió en una especie de
religión que practicábamos cada tarde en el piso de Dani. Alberto el intrépido,
se colaba en nuestra urba cada dos por
tres y derrochaba ingenio a cada palabra que pronunciaba. Los gitanillos de la
Piara, pobre de mí si me escucharan llamarles así, eran los actores
secundarios perfectos para la pandilla que juntos formábamos. Aún había muchos
más, Miguelón el ágil gordinflón, Risitas, el maño fascista, o Buzarra, el otro
maño, un guaperas que me pregunto si habrá superado la trágica muerte
de su padre, diagnosticado de un cáncer terminal pocas semanas antes de su
fallecimiento.
El mar, el mar guardaba nuestros secretos. Nuestras
vivencias, toda esa puta ilusión de músculo de niño. Nadie lo puede entender.
Hay gilipollas hoy en día que no lo pueden entender. La vida se olvida, y se
olvida vivir. Se nos olvida vivir mientras vivimos, pues la propia vida a sí
misma parece querer olvidarse, abandonarse. Los recuerdos pues, se convierten
en nada y nuestra identidad pasa a ser un objeto que uno no sabe donde colocar y cuya única función
es acumular polvo.
Ayer soñé con Didac, y hoy en día, si paseo por Calafell, le
sigo viendo, gordo, viejo, e igual de retrasado. No me atrevo a saludarle. Él a
mí tampoco. Pero nos conocemos y nos reconocemos, porque hay cosas que por
mucho que se encapriche el curso de la vida, no se pueden olvidar. Hoy veo a Alberto
por Calafell y nos saludamos como extraños que se entregan a una especie de inercia divina. Pero
no pasamos de allí.
Por eso, todos los castillos que construimos, por elevados que fueran en su día, resultaron ser de endebles naipes. ¿Cómo les pregunto yo qué es lo que hemos ganado todos, desde el día que dejamos de ser los que éramos? ¿Con qué cara voy y les pregunto si de verdad quieren que crea que todos hemos olvidado todo aquello?
Por eso, todos los castillos que construimos, por elevados que fueran en su día, resultaron ser de endebles naipes. ¿Cómo les pregunto yo qué es lo que hemos ganado todos, desde el día que dejamos de ser los que éramos? ¿Con qué cara voy y les pregunto si de verdad quieren que crea que todos hemos olvidado todo aquello?
Anestesiados por la propia vida, que nos regala recuerdos
para después invalidarnos a la hora de construir con ellos un futuro que les
honre.