Tuesday, April 25, 2006

Esquela 14: De vuelta



Estoy dando los últimos botes sobre la maleta.
Estoy tratando de comprimir todo lo que hay en su interior tanto como sea posible. Pero creo que ya no voy a ir a ningún lado, dando esos saltos. Lo único que conseguiré es machacar los cierres.

Es normal que en cierta manera esté nervioso por volver. El vecindario que me vió crecer debe haber cambiado. Seguro.
Ahora ya no fumo a escondidas, y soy todo un hombre. Quedan atrás los tiempos en que no me dejaba seducir por el rock'n roll de los pequeños garajes del barrio. Quedan atrás los tiempos en que por muy cansado que estuviera, no quería volver a casa antes de las tres pasadas.

Ahora soy yo quien tiene una guitarra pegada a la espalda. Es a mí, a quien la gente pide que toque algo...y sin embargo, sigo teniéndo esa sensación genuína de ser un incomprendido.

Las elecciones han dado la vuelta al panorama, e incluso se nota en las calles del distrito, se nota en los marcos de las puertas y también en los marcos de las fotografías familiares.

Susan me debe todavía quinientas pesetas de las antiguas, lo primero que haré cuando llegue, es reclamárselas; pero antes me acercaré, le acariciaré los labios, y le arrebataré un pcoo de esa fortuna que siempre dice que nunca tiene.

Seguro que me vendrá con que ahora es casi como si yo fuera uno de esos niños de mamá de los que antes tanto nos reíamos. Pero yo le voy a decir que sigo siendo igual de incomprendido que antes. Sigo siendo igual de asqueroso. Y de nuevo, -y digo de nuevo aunqué sé que será la primera vez que lo haga- levantaré los brazos ante su entresuelo, le pediré a gritos que salga a la berja, y le daré las gracias. Me preguntará "¿¡Por qué!? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!" y le contestaré "¡Por nada!, ¡Por nada!, ¡Por Nada!".

Entonces supongo que dejaré que alguno de los críos que por allí ronde, coja mi guitarra, y le pediré que toque algo de rock'n'roll del barrio, mientras Susan sale. Y después nos pasaremos la noche entera bailando entre las paredes del pequeño vecindario.

Monday, April 24, 2006

Esquela 13: Xosé Ignacio do Souza

Lo tenía en las yemas de los dedos. Lo retenía entre todos mis huecos incluso después de despertarme. Lo tuve al día siguiente danzando a mi alrededor... era como una coreografía invisible y femenina.

Cuando tomábamos cervezas, había veces que no podía evitar sumirme en el color ámbar del cristal de las botellas (ese que adoptan cuando les da un haz de luz), para, al final, acabar fijándome en cómo se desvanecían tus últimos bastiones de mujer fatal en la espesura de mi negra memoria.

No podía evitar notar cómo tu carne se convertía en agua, cómo comenzaba a naufragar entre todas tus partes, cómo me empezaba a ahogar por la falta de aire puro. Entonces...toda tú empezaste a convertirte en la própia nieblina, me intoxicabas grácilmente, como el más potente narcótico.

Después de ser carne, agua, y niebla...por fin fuiste perfume solamente... y no me pude desprender de ti durante mucho tiempo... estuve muerto en vida, soñando tonterías acerca de cometas que críos hacen volar por playas desiertas.

Arrancaste mis peores cosas: mi avaricia más insana, mi devastadora codicia, incluso me arrebataste todas mis ideas...aquéllas con las que hube construido mi mundo perfecto.

Tu perfume me devoró y me trajo de vuelta a la puta realidad, porque a diferencia de la tierra de mis fantasías, tú dolías de verdad, tú envejecerías, tú desaparecerías algún día, tú no me esperarías cada noche después de la vigilia del sueño para reunirte, al ratito, en la parte de detrás conmigo....

Muerde polvo, cabrón! Muerde polvo! Es miserable creer tanto en tan poco tiempo.

Saturday, April 22, 2006

Esquela descatalogada II: Pistola en la cabeza

Las últimas cartas que escribo estan empañadas de mi propia tristeza. Sé que son cada vez menos las que me quedan por escribir, como sabe todo aquél que es consciente del paso del tiempo, que todo cuelga y que todo acaba por caer.

El otro día pensaba que apenas recuerdo porqué lloré de alegría aquella vez, en aquél bar, en el hogar extremeño. Me sentí muy tiriste al haber olvidado prácticamente aquellos instantes de magnánime felicidad. Me sentí miserable...porque de aquellas lágrimas y de aquél momento solo me quedan imágenes difumindas en la cabeza. Me sentí un desgraciado, por haber tenido tanto, y tener tan poco.

Es una pena, si te paras a pensar... la diferencia que hay entre vivir una cosa y recordarla. Es una pena tener por testigos de los instantes vividos, solamente los recuerdos. Es una lástima vivir tan fuerte para que después solo sientas la angustia de que todo ya ha pasado, y solo te quedan pedazos de gestos en la cabeza, retazos de brisas o alientos.

Solamente los olores se quedan plasmados en la memoria de un modo distinto al resto de trivialidades.

Hoy escribo esta carta, una menos, más que una más, porque el tiempo duele, y hay demasiados depósitos que no he llegado a llenar de gasolina. Hay demasiado caucho poco gastado, hay solo miejas de metal herrubroso y apenas un rasguño en la tapizería de mi corazón...Por qué todo lo que vivo...después solo se convierte en recuerdo.

Monday, April 17, 2006

Esquela descatalogada

Hay pequeñas tonterías que tienen un valor especial. Es sabido por todos.
Son minúsculos fragmentos de cosas más grandes. No voy a perderme hablando de ellas.

Son las pequeñas cosas, las que pueblan la memoria, y también las que acaban doliendo.
La manera que tienes de quitarte el vestido, o cómo cierras los ojos cuando te da la lluvia en la cara...

Mierda, ya lo he hecho, ya lo he explicado.

Son cosas sencillas. Me desprendo de ellas sin cerciorarme. Pasa. Y después se le queda a uno vacío el corazón, como una cajetilla de cigarrillos sin cigarrillos. Como la cajetilla de cigarrillos que siempre dejabas en la mesita de la sala de estar.

...La suma de aquellas cajetillas, con la manera que tenías de quitarte el vestido, incluso el temblor de la guantera de la roulotte cuando poníamos el motor en marcha.
Dirección a quién sabe donde. Sencillamente dirección. Movimiento. Y el olor acaramelado del ule a rallas.

Son tantas pequeñas cosas, tantos pequeños juegos.

No les quiero perder el respeto.

Monday, April 03, 2006

Esquela 12: El apéndice de los agradecimientos

El reloj acabó por caer de la mesita. Se hizo añicos y no tocan las siete de la mañana todavía.

El mundo a veces parece tan apacible... Hay momentos en que, si te giras en el instante adecuado, lo puedes ver desnudo. Ves el mundo desnudo. Si tedas la vuelta sin avisar, y miras atrás, puedes escuchar como respira. Es cómo una criatura indefensa que llora en una cuna de madera. En ese momento justo la tierra es preciosa y vulnerable.

A las siete de la mañana del día de la fiesta nacional que sea, en el lugar más apartado del territorio, el Sol no ha empezado más que a dar sus primeros lengüetazos a un cielo harto de grabarse en la piel los deseos de toda la población humana.

A esa hora, pillas la tierra desprevenida, no tiene tiempo para ti, ha de atender los pensamientos de todos nosotros, tramitarlos, transformarlos en pequeñas motas de polvo, en billetes de avión, en pequeñas carteras de cuero, en cuerdas metálicas para tu guitarra.

¿Puedes llegar a comprenderlo? A veces las cosas buenas no llegan en la forma que las esperas.

Le has de prestar algo de tiempo al mundo, has de darle las gracias por nada. Ser educado, y darle las gracias por nada! Absolutamente nada! Nada de nada! Nada; Nada de nada en absoluto.

El mundo te toca la piel cada día, las lunas y los soles primero vuelan alto, y después caen.