A veces quiero creer demasiado en las señales y entonces olvido darme una oportunidad. Eso no debe ser así. Las lluvias torrenciales y los chaparrones suceden en verano. En invierno, el dolor que experimenta la tierra es otro. Más elaborado; sí, un dolor más elaborado y menos palpable a primer vistazo.
Estamos así, yendo en la parte trasera del vehículo y para ver la que se nos viene encima hemos de estirar el cuello. De qué va a servir? Mejor no creer en las señales. Mejor darse una oportunidad entre los rascacielos. Soy formal. Soy uno más. Soy para este mundo. Me debo a este mundo. Me quejo? eso sólo lo hago porque está escrito. Tengo unos deberes de los que me gustaría deshacerme... pero el miedo que me invade al pensar qué sería de mí una vez eximido de esas responsabilidades, acaba pesando mucho. Mucho. mucho, desde un lugar extraño. Quizá oculto. Pero pesa.
Quiero morir aplastado por una oleada de monedas. Quiero morirme ahogado en fortuna y mesitas de cristal fino. Quiero que mi caja torácica ceda por el peso que ejercen millones de euros sobre mi cuerpo. Al final, todos preferimos morir así que vivir sin un puto duro.
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