Billy Deville lo reflejó en su cara: Un día de esos en que refresca, pero que hace sol. Le pegaba en la cara, allí debajo, en Texas. Le pegaba en la cara y fríos son los inviernos a pesar de sus cielos abiertos. Una panza de cerdo más. Allí debajo se cocían las mejores BBQ (barbacoas). Entre amigos leales y comprometidos. Aún hoy me cuesta recordar cual de nosotros escuchaba las canciones más adecuadas. Quizá es que la música estuvo allí antes de que apareciera el lugar en sí. Quizá es que la situación se alimentaba de cada uno de los temas que sonaban.
Eran los días fríos al sol, eran los atardeceres malditos de felicidad, las caídas por los barrancos tras el balón y los lanzamientos de botella contra las paredes extrañas cercanas a la vía del tren. Eran los cuchillos y la incerteza de lo que vendría después...con un poco de suerte acabaríamos pasando la noche muertos de risa colgados de algún árbol; Josh sacaría su guitarra de la nada y se pondría lento. Lento se pondría, y las estrellas se precipitarían sobre nosotros.
No me creo que fuéramos los únicos que lo sentimos. Aún hoy me pregunto si es mejor hablar con los motores de los vehículos que con las personas. Aún hoy sigo creyendo que lo mejor es reír por no llorar, aún hoy precipitarse por lugares extraños es una acción que se preconcibe como peligrosa. Nosotros lo hacemos peligroso todo con nuestras habladurías. Todos estos muros que han ido apareciendo en donde antes contábamos con un sol gordo como una paloma los hemos levantado con ese exceso de palabras que vomitamos todos y cada uno de nosotros. Yo me quise expandir un poco más para hacerme oír por encima de los que tenía a mi lado, y consecuentemente ellos incrementaron aún más su tono de voz. Esa es la naturaleza que hasta hoy nos ha sido demostrada. Nuestra naturaleza.
Cuando éramos aquellos niños insensatos que abrían árboles con cuchillos, si bien también hicimos daño de algún modo, no tratábamos de enrocarnos en nuestras almas propias. No era nuestro instinto de autodefensa el que nos hacía reventar las plantas... íbamos juntos en bicicleta a cualquier lugar o nos pasábamos las mañananas enteras jugando a pelota bajo las torres de alta tensión. después de comer salíamos como locos hacia la casa abandonada. Entonces nos plantábamos delante de lo que quedaba de sus pórticos de madera podrida y nos empezábamos a adornar los unos a los otros, colgándonos historias rematadamente disparatadas de críos. Todo era imponentemente transparente. Imponentemente transparente visto desde mi óptica de ahora, arrugada y colmada de los prejuicios que tenemos todos los que nos enrocamos el alma.
Qué me queda? espera, está vez lo sé. Me queda una sensación amarga de un recuerdo que causa una adición de la que no me quiero ni espero poder desprenderme. Una adicción enfermiza que quiero pensar que es la más sana e inocua de todas. Una adicción que solo yo me busco, me provoco y me gano.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment