Tuesday, October 02, 2007

Esquela 96: ¡¡Ay como el agua!!

Ves, ves! te lo digo yo!

Hace mucho tiempo que quería hablar de Ibarretxe. Él viene de otro lugar definitivamente. Hay ondas siderales a su alrededor que todavía retumban en mis oídos, y aunque él aún esté habituado a ellas, es increíble la facilidad con la que ha aprendido la característica pantomima gestual del resto de los políticos.

El otro día le esperé entre bastidores. Entró en el lavabo, y yo fui detrás. Vi que no meaba por la picha, pero no te sabría concretar de donde salía su pipí. Por el ombligo, igual.

Lo agarré de la espalda por sopresa y lo empujé contra la pared opuesta al meadero (dió un giro de ochenta grados sobre mí). Yo era el eje-ejecutor. No salía de su asombro. Sus gorilas no debieran tardar en darse cuenta, por lo que tenía poco tiempo.

Le pregunté el porqué de la secesión. Él pidió ayuda. Gritó fuerte. Antes de huir, le dije que lo sentía mucho.

Salí por la ventana que aba al patio interior y escalé. Me empecé a plantear, mientras iba de una escalera de incendios a otra trepando como un mono, lo que había llegado a hacer por dinero...Cómo me podía haber involucrado en un asunto que iba más allá de las altas esferas públicas. Me pregunté cómo por dinero había aceptado el encargo de Jose María Aznar.

Decidí que hablaría cuanto antes con los poderes fácticos y destaparía la organización clandestina que Aznar había montado. Se acabó todo el dinero, se acabó el prodigioso crecepelos secreto que el expresi se había dignado a prestarme.

Me alegré por ser PERSONA en mayúsculas de nuevo.

Sabía que vendrías a verme a la cárcel antes de que me envenenaran, y también sabía que me envenenarían antes de que me diera tiempo a explicar claramente cuales eran las intenciones de esta plataforma ilegal para la que había trabajado. Quizá no me diera tiempo de implicar a Rato, ni tampoco a Ibarra.

Decidí qué debía hacer primero. Solo había tiempo para escribir una carta. Me podía despedir de ti, o acabar con la lacra que envuelve al mundo.

Traté de hacer ambas cosas. Me di cuenta de que escribía un canto a la vida y a la inegridad, y así nació mi poesía más completa.

Más tarde, ya morido (en el cielo, las almas no hablamos de muertos, sino de moridos), te he visto crecer en un mundo honesto que tiene por condena no creerse nunca del todo bueno y nunca fiarse de sí mismo. Por eso las cosas sé que van a volver a degenerar, pero habrememos, nosotros habremos. Nosotros HABREMOS, y te esperaré junto con los que nunca apostamos por ningun metro cuadrado de inguna parte del planeta.

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