Monday, March 20, 2006

Esquela 9: Una historia de occidente

Antes de que me tomaran declaración, les comenté que se mirasen a sí mismos.

Tenían esos uniformes, y por llevarlos puestos, se creían mejores.

La habitación estaba prácticamente oscura. Una bombilla pendía de un cable que nacía en el centro del techo. El haz era muy ténue, y solo daba para rodearme a mí, sentado enjuto en aquél incómodo taburete. Apoyaba los antebrazos en los bordes de una mesa metálica, y me sostenía la cabeza procurando no mover demasiado las muñecas, irritadas ya de la presión de las esposas.

Ellos eran dos, y los dos olían mal. No era sudor. Quizás sencillamente era aquél cuarto, lo que apestaba. Pero algo allí era seguro, el ambiente estaba cargado...Parecía que esos dos tipos se hubieran criado allí toda su vida.

El aire viciado por los cigarrillos de uno de ellos -el negro alto- le daba a aquél panorama el toque final para que todo pareciera realmente sacado de una película de aquellas que todos alguna vez hemos visto.

Les hablé de Illinois, y de las noches pasadas en el zaguán de Mery,-allí, mientras caían los ocasionales chaparrones llegaditos del trópico-. Al mismo tiempo que se lo contaba todo, casi era capaz de evocar el olor a argamasa húmeda (con que habíamos llevado juntos las últimas reparaciones de la casa) entremezclado con el de los campos de maizales que florecían por aquella estación.

Les relaté cientos de veces como fueron las cosas. Me dolió recordarlo una y otra vez, pero ya conocía las viejas estrategias de la policía estatal.

Así que durante numerosas ocasiones, tuve que volver a la noche en que sucedió todo; los martillazos en la puerta, el viento azotando las ventanas, y aquella lluvia que pegaba de ladoen la cara . Gritaba su nombre dejándome los pulmones , con la esperanza de que me escuchara. Pero el estruendo de los truenos empequeñecía mi voz desgarrada hasta hacerla desaparecer en la bravura de aquella noche.

Mery nunca dejaba la puerta principal cerrada, y menos la trasera. Me estremecí al comprobar que ésta ultima tenía la tranca atravesada. Por eso la emprendí con el martillo contra la ventana de la galería.

-Cuando entré ya era tarde, lo entienden, era tarde, como quieren que se lo explique!

Ella yacía tendida boca abajo muerta en el centro de la sala de estar. Un charco de su propia sangre la rodeaba. El fuego de la chimenea ardía recién preparado, y por el crepitar de la leña deduje que si era ella la que había prendido la pequeña hoguera, había muerto hacía menos de media hora.

A esos polis siempre les parecieron raros mis argumentos. Pero uno cuando se encuentra en esas situaciones no sabe hacerse el tonto. Solo vomita todo, esperando encontrar en quienes le escuchan comprensión, o, por lo menos clemencia. Una clemencia injustificada por otra parte, por que yo no había hecho nada.

1 comment:

Carla said...

Pobre Mery. Esos dos policias no saben que tú eres capaz de enfrentarte a lo más chabacano de la sociedad, a esos pelatis desgraciados que se creen valientes. Y que nosotros, tus amigos, les partiríamos las piernas si deciden hacerte algo (me ha conmovido tu esquela 8)
Que no te toquen esos polis.