Se ha pasado, se ha
pasado el momento del brillo y de la pasión mayoritariamente. Desde luego, esto ha sucedido por imposición. Como un estornudo que se corta antes de explosionar
porque no quieres importunar a la gente de tu alrededor. Pues lo mismo.
A veces, mientras
fumo apoyado en la barandilla, mientras el viento frío del invierno me golpea
en la cara, me pregunto cuál de nuestros episodios fue más vivo. Porque hubo
unos cuantos, a pesar de que siempre, como si de una obra conceptual se tratara,
los elementos apenas cambiaran y fueran sencillos.
El café, las baldosas, los apuntes puntuales
sobre tu novio, los restaurantes hindús (claro), la noche, los paseos sin rumbo….
Y yo siempre fumado a tu lado.
Siempre, desde que te vivo, eres un sueño.
-El otro día lo
pensé-
Desde el momento en que estás enfrente, eres
un sueño de fumado.
Casi literalmente, tu marihuana me hace ser
así de complaciente con ‘lo nuestro’.
Después, cuando nos despedimos, muchas veces
el sueño continua, pero ya estoy solo en la cama…
Puedo acabar despidiéndote otra última vez,
puedo acabar masturbándote mientras te abrazo por detrás, puedo acabar sabiendo
que te quedas (cómo duele después), o que incluso nos vamos juntos a cualquier
otro lugar.
En esos momentos en
que tu efecto es tan brillante, me doy pena, y también tú me la das.
Los días han ido
pasando, quiero tener sexo, lo necesito de nuevo. ¡Bendito sea el Señor! Tengo
ganas de hacer cosas, aunque sea sin ti, menos mal. El bullicio alrededor, la
velocidad de los acontecimientos es tal, que es fácil decidir rellenar de
sensaciones prefabricadas el agujero que
abriste en mi pecho y llenaste de angustia. Es bastante fácil…
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Pero los
momentos en que todo se detiene, en que
soy yo, y en que me dedico a mí, paradójicamente siempre estás solamente tú.
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