No me apetece que llegue el lunes, no quiero más que embolsarme lo que toca, que no es otra cosa que lo que merezco. ¿Acaso no es suficiente la certeza de merecer algo para obtenerlo?
Claro que no. No vivimos en un mundo de sueños colmado de recursos infinitos.
Para bien o para mal, todo se enciende y se apaga, sube y baja y empieza y termina. La eternidad solo es una palabra que pinta las paredes que nos retienen. Vivimos en un cubo en donde las cosas nacen, suceden, se marchitan.
Curioso que a veces, como si lloviera dentro de esa caja, caigan motas de ilusión. un fenómeno emocional y climatológico extraño: pasamos nuestro tiempo dentro de la caja de cerillas queriendo alcanzar pilares prohibidos y en extremo fundamentamos nuestras certezas en la ilusión.
Algún día habrá un mayor silencio. algún día todos dejaremos de existir. me pregunto quién tomara la palabra entonces y quien habrá sido el último en lanzar el póstumo latigazo.
Todo esto lo vivo desde mis 25 años. Desde el presente precioso. Y no me puedo quitar de la cabeza la fugacidad de lo sublime. No lo puedo hacer por mucho que quiera. Es como si el aprecio por la vida fuera ligado a la percepción de su fragilidad. Y siempre andando así; Me siento más responsable que nunca de mis actos, tengo que responder frente a mí mismo. Este es mi momento, estoy en mi propia cumbre. Ojalá pudiera ser siempre así. Pero sé que no.
Ahora me despojo de todo lo coyuntural y analizo estructuralmente mi estado con las cosas. Me exijo no dejar de sentir esto. Me exijo recogerme después de expandirme. Me exijo ganas.
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