Quizá estoy tan bien con ella porque siempre hay demasiados cabos sueltos que atar. Es siempre como la parte de canción que te lleva enérgicamente al estribillo... pero el estribillo nunca llega, y a ti te da igual. Un ritmo de batería intenso, es una especie de forma adolescente en la versión más limpia y perfecta.
Todos bajo el mismo para sol.
Mi cara cansada, mis manos cansadas, mis quehaceres cansados, mis habitos cansinos, mis novelas repetidas, mis frases más que recurridas, mi propia trayectoria, ya sabida de memoria por mí otro yo, que me mira desde abajo, mis letras, con el orden tan sabido, mis mismos espacios y huecos a los que recurrir, cada uno con su consabido olor, mis barcas a cual más blanca, mis sueños que hasta tú los recitas, mis peores miedos tan proclive yo a relatarlos sin temor precisamente, mis confesiones menos sabidas (de las que tú te cansas), mi espalda cansada, mi barriga cansada de tragar alcohol, mis trayectos de siempre, mis reflejos atumatizados...
Llegas y me vuelves a arrebatar todos los adjetivos que había estado utilizando, todos los calificativos que me venían a la cabeza cuando pensaba en lo que soy y hago.
Después de chocar, como dos pelotas de billar, nos separamos rápidamente. me he acostumbrado ya a no leer entre líneas en nuestros desaforados encuentros. Ayer disfruté contigo otra vez, sin pensarte ni pensarme tanto como en otras veces. Si no te pienso ni me pienso, y entonces nos pienso, nos pienso siempre de lejos. Da igual, hoy soy ligero y me cae un poco mejor la vida. Le debes haber dicho que me hable más.
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