Monday, January 07, 2013

Mi sueño mozambiqueño




Ayer soñé que viajaba a Mozambique; Ayer soñé que descendía por una escalinata, y pisaba la tierra prometida; los niños me rodeaban, daban vueltas a mi alrededor, saltaban y gritaban, y los mayores sonreían plácidamente; los árboles custodiaban tan magnífico encuentro; se erizaban como mi propia piel, al son de un viento bendito; todos vestidos en seda; con muchos hospitales por levantar; con muchos colegios que construir; Los pequeños cabezones chillaban y yo les acariciaba el cráneo ocasionalmente... Estaba muy lejos de aquí; tan lejos que no llegan vuestros malos pensamientos; tan lejos que la envidia no tiene nombre, tan lejos que la avaricia, más allá de llenárseme la boca diciendo que es un pecado, muere al tiempo que sucede. Aquí las únicas vueltas que se le da a las cosas son esas, las que da un niño alrededor de su divertimento.

Descendí por la escalinata y pregunté por las vacunas al doctor. Los camotillos me zarandeaban insistentemente. Renacuajos. Angelitos.

El doctor dijo que sí con la cabeza y me guió hasta el pequeño almacén colmado de medicamentos. La fuente seguía ofreciendo agua, y los críos pronto empezaron a cantar.

Me sentí miserable por pensar en todos vosotros. Todos los que he dejado en la gran ciudad. Porque pensé en vosotros con cierta maldad. Y después reflexioné “verdaderas esas palabras, aquellas que explican que tu felicidad es más intensa cuando sabes que hay quién no ha tenido el valor de arriesgarse a mejorar sus expectativas”.

Las mujeres del poblado empezaron a cantar con los niños y a dar palmas, y yo cometí el error de creerme casi un Dios en aquella tierra. Ese fue el colmo de aquél criollo emocional. Por fin llegué al punto en que me di cuenta de que todo pensamiento que se refería a mi propia persona, a mi propio estado emocional, de un modo abstracto y alejado, era fruto de una visión muy occidentalizada de todo lo que allí venía sucediendo. Una visión que me pervertía como ser vivo. Todo lo que sentía acerca de mí mismo, necesitaba presumirlo, y como allí aquello no tenía sentido, me conformaba creyéndome apóstol. Mi cultura es vergonzosa.

Afortunadamente, aunque no puedo aplacar mis delirios de grandeza, he llegado a comprender que éstos son consecuencia de una enfermedad de transmisión cultural, y esta gente me medica contra ella.

Y así fue mi sueño mozambiqueño.

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