Monday, January 28, 2013

El trayecto más cómodo.

T-Muriel atiende al teléfono; Toposhisha, se aclara la garganta. El hombre de la cabeza redonda que no deja huella, se preocupa por el proyecto que tiene entre manos. El equipo lubrica; Yo lo sé, y sonrío. El equipo lubrica, y la tarde igual. Cae el sol.


Vivo en Calafell y mi mujer es latina. Quién lo iba a decir. Vemos películas con frecuencia. Cojo el tren cada día. Está embarazada. Pronto tendré una vida normal y corriente, si no la tenía ya. Tengo una pequeña libreta donde escribo los planes que tengo para con el que será mi mocoso favorito. Sé que puede nacer muerto, pero no me puedo resistir a plasmar esas ideas de cómo pasar un día junto a él y a mi mujer.

Adoramos el minigolf. Adoramos el minigolf y alguna vez logramos enredar a algunos amigos para que nos acompañen y rían con nosotros. No te creas, que alguna noche también salimos por ahí y aguantamos hasta las tantas.

Y sí, allí, al final del horizonte, está la muerte. Nos acompaña cada día. Sabemos que algún día llegará hasta la costa y desembarcara con el ímpetu de quien sabe que tiene mucho que celebrar, pues una victoria segura le aguarda.

La muerte entra limpia si cada tarde, antes de cenar, paseas por el mar. Me costó mucho convencer a mi mujer de que nos quedáramos cerca del mar. Ella siempre ha preferido la montaña. Pero ahora parece rendirse con la misma placidez que yo a la inmensidad y su horizonte prodigioso. Y así pasamos nuestras vidas, atadas a la muerte. Y así entendemos que estamos coincidiendo en el tiempo y el espacio, que compartimos un camino, y así, cada caricia se disfruta con la máxima intensidad. Cada palabra es un regalo, cada suspiro es la rúbrica de un instante irrepetible. Y cuando le arreglo un mechón de su cabello negro, es como sí pasara la página de un episodio magnífico de nuestras vidas. Otro capítulo inolvidable e irrepetible. Ni mejor ni peor que los demás. Y si la beso, si me atrevo a besarla, me siento siempre como la primera vez y me sorprendo por enésima. Ese es su poder, el de llevarme de la mano por todo el sendero, pero sin moverme de mis orígenes, el de rebañarme por el trayecto en vez de simplemente transportarme. Ella me hace disfrutar e impregnarlo todo de sal. Ella hace que quiera dejar huella. Puedo decir que sin ella no soy nada; no porque dependa de ella, si no por todo lo que saca de mí.

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