Friday, October 16, 2009

Esquela 282: 14 tardes con doña Monchita

No es nada. Solamente pasa que me ha llegado una carta desde Nicaragua. La firma Doña Monchita. Aquella vieja enjuta y entrañable.

Cuántas tardes? 14. 14 tardes con doña Monchita. Allí en san Pancho. El cielo caía. Ella callaba mucho, debía tener ya sus 80 primaveras. Pero lo poco que decía era solo una parte básica del amor más lindo. El sol se iba escondiendo entre las casuchas destartaladas. El color de los terraplenes se tornaba más naranja que la fruta. Estaba allí yo, con ella, sentado sobre el escalón de cemento basto, después de un día de trabajo. Las sombras de nuestras piernas se proyectaban en las poca pared que teníamos detrás.

Qué le puedo decir a una anciana de esa edad que no vaya a saber? Me quiere tanto de verdad? es todo esto cierto? El tiempo se puede medir con segundos y minutos? Son demasiados temas serios que atender.

Me fui, y el lugar al que regresé, fue la casa donde crecí. Poco a poco olvidé todas aquellas distintas cosas que conocí al otro lado del charco.

No me imaginaba que llorara Doña Monchita de alegría al recibir mi carta, después de 7 años. Pero lloraba. De dónde saca las lágrimas doña Monchita? De donde proviene esa fuente de amor? Pensaba que aquello solo era una manera de actuar. "No es así", me dice mi amigo. "Allí tienen demasiado tiempo para pensar, y aún más para recordar". Y parte de los recuerdos de Doña Monchita soy yo.

Qué manera más sangrante de colgarme en la pared. Qué pulsera que me envía. De dónde saca esas fuerzas para meter en el sobre aún un último detalle, un último aliento, una última y sorprendente esperanza "ojalá mis ojos te vean antes del próximo febrero".

"Hay una cosa que no tiene nombre dentro de nosotros, y eso es lo que somos". Sí. Ahí lleva razón la chica de las gafas oscuras. Pero hay una cosa a veces que tampoco tiene nombre pero no es por ello oscura. Es una cosa blanca, colmada de buenas intenciones, simpatía, aprecio, justa humildad. Lo aprendo 7 años después. Ahora que doña Monchita se toma el tiempo de contestarme y demostrarme que se acuerda de mí.

Una carta llega. Con ella una providencia de que quizá no todo es tan negro. Quizá merece la pena sonreír. Albergar un rato de esperanza en el bolsillo. Entre hora y hora o compromiso y compromiso. Hay algo por lo que echar una risa en cualquier momento.

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