No eran más que habladurías. Se oían por todo el pueblo. Ya se sabe que la fuerza de los secretos es mayor cuanta menos sea la gente que los comparta. De lo oculto a lo mítico sólo hay un paso, igual que solo uno hay de la locura a la genialidad.
En este caso, un grupo de amigos tomando cervezas se encuentra fuerte y mútuo. Hilvanan ideas con la confidencialidad que les permite su ilusión. Ya se sabe que ésta (la ilusión) da mucha coba. Ya se sabe que ésta lidia como una desesperada amante despechada. Ya se sabe que la ilusión lo puede todo. Mucho más cuando se apoya en el alcohol, en la pasión engendrada entre aquellos que se conocen de hace tiempo, en lo que el amor insano no dicta, en aquello que elegimos sin dejar de ser personas consientes... La ilusión es indomable cuando aparece de un lugar sólido y razonable. La ilusión te da ganas de vivir cuando brota de un lugar real y amparado por los motivos más sencillos. Cobijada por lo más cercano, la ilusión se torna alocadamente fuerte.
No sé ya ni de qué iba a hablar. Quizá de aquél secreto compartido por tantos bien pocos. Todos aquellos que tenemos buenos amigos lo podemos sentir alguna vez. Un secreto único para cada montón de colegas; se escribe en cualquier parte de la misma forma y con las mismas letras. Cada banda de lobos lo siente como genuíno. Es un secreto que sabemos sabido por todos quienes tenemos amigos, pero que disfrutamos agradecidamente como intransferible dentro de nuestro círculo. Un gran secreto; puro, simple.
Qué cosa es que éste es un tesoro que nunca se acaba, que nunca se agota. Ojalá todos los tesoros fueran así: bonitos sólo por el hecho de encontrarlos. No por el hecho de saber que si los tienes tú no los va a tener nadie más. Ojalá todos los tesoros fueran tesoros unicamente por descubrirlos, por haber llegado hasta ellos. Ojalá todo en el mundo fuera así. Ojalá nada bueno se agotara.
Ojalá todo fuera como la amistad.
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