Monday, March 05, 2007

Esquela 55: El contencioso

Vuelves, te das la vuelta y estás ahí, tomándote las mejores fotografías, y gritando como lo haría una estrella de rock. Pones caras agresivas y corres con fuerza por la playa y tiras la botella de plástico por ahí. Bailas frenéticamente y dejas huellas alrededor.

Las olas, en forma de póstumo anhelo, llegan hasta allí donde provocaste socavones. Se llevan consigo lo único que había quedado después de tu estallido de alegría.

El sol del atardecer vuelve a ser el culpable de tu desorientación; te chiva que no tienes padres y que andas perdido, creando nuevas grafías en la arena. Las confesiones no duelen, más bien agravan tu felicidad y te hacen sentir dichoso. Miras a tu alrededor y no ves nada más que arena y agua. Un horizonte recto y nadie alrededor. puedes cantar con todas tus fuerzas y por fin ser como el mismo aire que te rodea. Te olvidas de todas tus vergüenzas. Se trata de un momento que te embriaga por sí solo. Te rompes la voz. Espera; hay un amigo. No hay problema, al contrario.

No quedarán, ya te dije, ni las huellas. No quedará la voz ni su eco, pues no hay paredes que retengan ese chorro de energía que en ese momento eres. Es increíble tener el sentimiento de poder explotar y no rebotar en ningún lugar. Es un secreto a voces comentado, pero muy pocas veces lo puedes poner en práctica.

Así, en medio de la nada y desbordante de felicidad, pacto. Pacto, pacto y pacto. Firmo contratos a cada paso que doy. Sello secretos, y la confidencialidad y la oculta complicidad se convierten en la manifestación más potente del significado de la pura concepción.

La confidencialidad es el silencio en forma de rumor del mar. Los agentes contratantes somos el agua, la arena, la brisa y un par de canallas.

Demasiado jóvenes para morir, pero evidentemente muertos.

1 comment:

Carla said...

aquí, entre cemento y polución, anhelamos sentir la libertad de ese modo. Yo he visto a personas no valorar correr desbocadamente, o saltar o mirar al mar de cara. Pero me alegro de que vosotros lo hayáis hecho bien. Nos vemos para llorar en cada baldosa partida de esta ciudad. Porque cada vez sé de un modo más certero que no existe la felicidad, sino solamente instantes de ella. Parece que ambos la acariciamos la semana pasada. En mi caso, ésta luego vuelve a huir con su baile seductor, contonéandose y alejándose rápidamente.