Cuando me canso de sus risas, cuando me canso del tacto de su piel, cuando me canso de la arena, cuando me canso del fuego y de cómo quema, cuando me canso incluso de la luna vista desde aquí, cuando me canso de los tablones de madera en donde enganchan papeles con resultados académicos que pretenden ubicarte profesionalmente, cuando me canso incluso de conducir con la música a tope, cuando me canso de tratar de buscar un camino o un propósito en la vida, cuando me canso de los elementos más naturales, cuando me canso de todo lo real...
Entonces me recojo en ti, y te imagino aún en la ciudad de Kafka. Te imagino en su misma orilla, te imagino como te conocí, con tu pelo negro y tus ojos negros, con tu ropa negra y tu piel blanca. Te imagino caminando por la ciudad nevada, desgranada en forma de palabras del más enigmático escritor. Él hablando de ti, de ti pisando la nieve... Hubieras sido su musa, si él te hubiera conocido te habría sacado todo tu provecho.
Yo no te merezco, porque contigo solo puedo hacer esto, puedo escribir esto.
Paseando por la orilla y arrancándome del mundo real, restregándome por tus maravillas, arrastrándome por tus silencios lejanos de sentido racional.
Cuando me siento mal, cuando me siento triste, se me aparecen tus labios, me sonríes, me llevas a tu casa y a tu mansión, me recomiendas cientos de auroras y me filtras todas mis angustias. Me rematas de dolor diciéndome que te pertenezco y me das la puntilla cambiando al desvío en el último suspiro. Eres muy buena, y me prohíbes fijarme en nada más. Porque nada más merece la pena.
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