No sé; era su cabeza; su cabeza redonda,
melancolía.
Su haba convulsa; su principio en forma de
final;
Los achaques, los espirifens; Su ímpetu,
tesón, gallardía, su miedo, pavor; El nudo de su fular;
Allí estábamos, me duele decirlo, pero allí
estábamos.
Por fin, de cara; no hay nada más. Por fin,
respeto, casi pleitesía.
En el puerto sonaba una de las últimas
canciones, debía ser algún día parecido a San Juan. Te he dicho alguna vez que
los días, todos se parecen a los grandes días? Incluso los días más aburridos
tienen un gran día en el que fijarse; un día que no te salió bien.
Este día, parecido al día o a la noche de san
juan, o a la madrugada que debía venir; fue transparente completamente; Los
asuntos, todos ellos muy sencillos, había una noria que no paraba de dar
vueltas, repartición constante de peluches. Pero yo siempre preferí los
hinchables y las colecciones de coches en miniatura. Tenía lamborghinis,
testarosas y porches.
La luz aún era ultravilolada y tu cara
parecía escupir, escupía, tu rostro escupía una lacra rocambolesca que somos tú
y yo y todo lo que empieza y acaba.
El camarero había entrado en el lavabo y te
había rogado que te hicieras cargo de la barra. Pensó que todas esas folladas
que habíais tenido eran suficiente aval para dejarte al mando.
Pero para mí, aquella era como una noche de
San Juan, una noche loca en que por fin puedo hacer lo que deseo.
Te besé en cuanto se fue, y te pedí que
vaciaras la caja; afuera tenía mi coche
con el tanque repleto de gasolina; Es cierto que iba borracho; es cierto que
era la primera vez que te besaba, incluso la primera que te dedicaba una
palabra; es cierto, sí.
Ni idea, me dio por ahí, en las noches
parecidas a las de San Juan…
Por fin soy
yo mismo.
Tú dudaste;
pero la duda no se alargó demasiado, pronto estabas recogiendo lo de la caja,
1200 dólares no es nada. Pero es que no importaba. Yo no era pobre, al
contrario. Sólo quería sentir adrenalina.
“Llámame
miserable”, te pedí.
“Llámame
miserable.”
“No puedo”,
me contestaste, “si fueras más miserable que yo, no estaría sentada aquí
contigo, de camino a Méjico. Si fueras más miserable que yo, no me habrías
dicho que sólo lo haces por la adrenalina, que no necesitas esos 1200 dólares”
“Eres solo
un rico aburrido”
No supe cómo
sentirme. Si bien no me acabé de encontrar
feliz, la tristeza nunca existió desde el momento que comprendí en que el dinero
no era un problema para mí.
Digamos que emocionalmente
me hallaba en un punto medio, de camino a ninguna parte. Justo igual que
aquella noche, contigo, huyendo hacia ninguna parte con esos 1200 dólares encima. Si no hubiera
tenido toda la fortuna que tengo detrás, quizás no me hubiera atrevido a hacer
lo que estaba haciendo.
Me dí cuenta
de que queriendo escrutar los entresijos de mi existencia, había desbocado en
un sinsentido perfecto y deduje, por deducir alguna cosa, que la vida no está
hecha para que la entendamos.
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