“Fuimos incinerados con la pasión de quien ama a Cristo”
Eso creen leer los familiares de Guzmán Perez en las paredes
de la habitación donde el joven “creció”. Y decimos “creció” por usar un
término respetuoso con el destino del chico.
Pero si atendemos a las emociones que despierta en nuestro
corazón el desarrollo de la vida de Guzmán, jamás se nos ocurrirá utilizar cualquier
palabra derivada de “crecimiento”. Más bien utilizaremos expresiones nuevovenidas,
salidas del alma, como “atroz carnedeflagración”, “mortero de tumor”, o “diabólica
mugreplicación”.
A lo que íbamos.
Guzmán fue sólo el primer caso documentado de lo que iba a
acabar convirtiéndose en la epidemia del nuevo siglo. Una epidemia horrible y
terrorífica que acabaría con la gran mayoría de la población humana.
¿A qué se debió? Efectivamente, como ya te imaginas, la
causa fue la ingesta de alimentos modificados genéticamente.
La ingesta continuada de este tipo de víveres parecía no reportar ningún efecto
secundario sobre sus consumidores… Así pasaron varios años. Tantos que a los
grandes comerciantes les parecía haber dado con el chollo perfecto “alimentos a
bajo coste que cubren la demanda de un mundo cada vez más superpoblado sin
necesidad de explotar tierras y climas de características determinadas para la
obtención de una gran producción de estos”.
El negocio se fue sofisticando, a la par que los alimentos,
que cada vez tenían menos memoria secuencial a nivel genético y aparecían con
las puntas de sus cromosomas progresivamente más desgastadas.
“nada que parezca afectar a la salud humana” se afanaban a
asegurar los científicos de los grandes lobbys privados mundiales, que a su vez
tenían grandes intereses en el negocio de la alimentación transgénica.
La medicina y la investigación pública habían desaparecido
ya. nadie pareció darle mucha importancia a ese hecho, nadie pensó que con el
estrangulamiento de la investigación más social, se perdía la única mira una
pizca objetiva; la única que de verdad no albergaba intereses detrás a la hora
de decidir si algo era bueno o malo para el ser humano.
Tanto es así, que aún hoy no se sabe desde cuando se tuvo
conciencia de lo que iba a suceder.
La cuestión, y volviendo al caso de Guzmán, es que este
joven nació sano en apariencia, por allá en el 2008. No fue hasta su
adolescencia, en 2022, cuando empezó a sufrir los primeros síntomas de “atroz
carnedeflagración”, esto es un ensanchamiento preocupante del dedo índice del
pié derecho, que pasó a ocupar más que el propio dedo gordo en cuestión de un
día.
Al acudir a su mutua, el médico, o encargadillo de mierda
del sistema, como me gusta a mi llamarlos, pareció extrañado, pero le tranquilizó
diciendo que las chica pensarían que si tenía ese dedo ahí, debía albergar un
rabo rutilante.
A guzmán le moló la idea, y se fue para casa. Cabe decir que
Guzmán era un joven de clase media-baja, dato que no hace más que reforzar la
moraleja que quiero que saques, lector.
Pues eso. Guzmán volvió a casa, se encerró en el lavabo y lo
primero que hizo fue mirarse el rabo. Seguía igual.
Un momento…
Estaba creciendo…
No era una erección…
Crecía rápido, pero no con fuerza.
Estaba creciendo demasiado rápido, pero no con la decisión
de un miembro sabedor de lo que busca; más bien aquello se estaba desparramando…
Por dios, aquello se estaba desparramando emulando el salto
en cascada de cualquier líquido viscoso… Su polla era una masa horrible que
ahora ya pasaba de la rodilla, una víscera loca y salvaje que en 10 segundos se
había multiplicado por 10…
Guzmán intentó reaccionar… “esto no puede estar pasándome”…
Intento cerrar la cremallera del pantalón, pero era imposible, debía avisar a
sus padres, no podía ni caminar… pronto se tuvo que tumbar en el suelo, porque
el peso de su polla, o lo que fuera aquello, iba a acabar desgarrándole las
entrañas. Empezó a chillar como un cerdo cuando lo degüellan. Su padre acudió
al rescate dando una patada a la puerta del baño…
Para entonces, el efecto se había trasladado ya a su nuca y su nariz. También estaban “carnedeflagrando”…
Ahora Guzmán era una especie humanoide semi-informe que había multiplicado su
peso por 3. Su padre no sabía cómo
reaccionar, todo estaba sucediendo demasiado rápido; lo que era su hijo, estaba
pasando a ser un monstruo… Sin embargó trato de mantenerse frío, y a sabiendas
de que era incapaz de meter aquella masa en su coche, por mucho que fuera un 4x4,
decidió llamar a una ambulancia…
“por favor, vengan inmediatamente, a mi hijo le está
sucediendo algo espantoso… por el amor de dios, sean rápidos… y traigan un toro
mecánico… o dos…!
Para cuando llego la ambulancia, Guzmán era más un accidente geográfico que otra cosa.
Una especie de montaña de carne que emitía gases en forma de geiseres y gemidos
atronadores…
El baño había desaparecido, ahora allí donde estaba ese
cuarto, solo había carne y grasa. Suerte tenían de vivir en una casa y no un
piso, pues este seguro que ya se habría venido abajo.
No merece la pena seguir la historia de Guzmán. Sólo decir
que lo que le pasó al pobre desgraciado le acabó sucediendo a la gran mayoría
de jóvenes.
Muchos de ellos, antes de llegar al estado “mortero de tumor”,
se veían guapos y altos, y sus padres, chaparrudos amenudo, no se explicaban cómo sus
descendientes habían conseguido tan imponente percha. “la alimentación”, se
aventuraban a decir los que más presumían.
Pues toma alimentación.
Todo por culpa de los hijos de puta que nos manejan.
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