Friday, June 14, 2013

Frankie, el de Antonio

Algo de lo que me desprendo;
Hay cosas que no se pueden remediar; entre ellas está el paso  del tiempo; hay cosas contra las que no se puede luchar. Lo único que te queda entonces es la forma en cómo lo miras.
Una despedida, significa un comienzo.

Por eso, te pido que no tengas miedo, o que si lo tienes, tengas el justo.

Las cosas no se cambian solas. Frankie siempre me lo decía; cada tarde que pasábamos en el tejado, siempre me decía lo mismo. Su vida no era fácil.

Después jugábamos sobre el césped de la urba a balompié y hacía ver que no me conocía.

Frankie tenía un corazón tan grande, que supongo que solo lo podía poner en marcha ciertos momentos.
Era agosto, y su cuerpo minúsculo. Le llamaban Bartolomew, porque se parecía mucho a Bart Simpson.  Tenía 19 años y una hija. A mí me sacaba 7 tacos, por lo temporal y también por la boca. Lucía un pendiente eternamente transgresor, de los primeros que recuerdo como tales; él era lo que yo quería ser por el hecho de imaginar que mis padres no querían que lo fuera.

Frankie se lanzaba de cabeza a la piscina dando un bote sorprendente, muy ágil el tío, y se zambullía cayendo en picado prácticamente al agua. También era capaz de hacer esas volteretas tan peligrosas hacia atrás una vez situado en el borde de la piscina. Si no fuera por él, yo no las hubiera dominado aquél verano del 96.

El día que Frankie se fue, mi valor para hacer aquellas piruetas en la piscina también se desvaneció. Y entonces pensé que la fuerza, el valor y el camino para llegar a hacer las cosas no existen. Sólo existe la idea de compartir algo.

Gracias, Frankie.


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