“En todas partes se cuecen habas”
Eso solía decir el sabio de la región que habito.
Hace tiempo que murió y ninguno de sus discípulos fue digno de sucederle según sus últimas voluntades. Por todos es sabido lo horrible que es para un sabio no señalar a un pupilo al que considere digno de cargar con su legado y sus conocimientos sobre la vida.
Algunos de los hombres del barrio me animaron a que me diera al sacerdocio, pues el viejo sabio me tenía mucho aprecio y se paraba siempre a charlar conmigo aunque no formara parte de su cuadrilla. Yo nunca quise. Ël tampoco me presionó. Ni siquiera me lo insinuó. Supongo que sirve de algo ser sabio, después de todo.
¿Pero acaso contaba con que fuera a juntar el Habbah Negra con las ramas?
Ahí estaba ahora, escuchando “TAlkin’ about my generation” a todo gas. Y en frente de mi emergía con fuerza la figura de Belcebú, surgida de la nada, o del contacto de la habbah negrah con las ramas secas…
“Ahuuuuuuuuuuuuuuuhhh”, volvió a ladrar. La música sonaba muy fuerte, y el tocaba su guitarra con una maestría endiablada. Era el mejor guitarra de este mundo, y del suyo… vaya riffs, qué energía, qué potencia desplegaba… No había ningún amplificador, sólo guitarra. No sé si es que era inalámbrica o simplemente resultaba que Belcebú se servía de su magia Negrah para lograr un estruendo de enooorrrrrme calidad.
“Ahuuuuuuuuuaaa”, profirió ahora… inclinándose hacia mí, para volver a desternillarse con sus movimientos rápidos y eléctricos. Era una bestia de más de 2 metros, eso seguro, pero se movía con la agilidad de un pequeño simio de esos que los piratas y las exóticas princesas lucen a menudo sobre el hombro. Me recordaba un poco a Pepe, aquel desafortunado jugador del real Madrid... aunque sin duda, Satanás me caía más simpático…
Se subió sobre la mesa para seguir con su frenética coreografía. Yo hacía rato que bailaba en forma de twist. El pánico inicial había dado lugar a una especie de necesidad de sacar todo mi flow… Ahí estábamos Satanás y yo, dándolo todo. Entonces, en el momento en que me miró y sonrió cómplicemente, supe que no tenía ningún miedo de morir. Es más, tomé certeza de que esta vida era un engaño…
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