Hay un vito-cal (calvito) receloso que sonríe contenidamente sólo si las cosas van bien y que tiene algo de actor de serie americana con dejes orientales en sus movimientos.
Me siento extremadamente confortable en mi trayecto hacia la muerte. Me siento como en un coche familiar tapizado con la mejor piel… ese olor incluso más embriagador que el de los nuevos libros de texto recién abiertos que se adueña no solo de mi olfato, si no del resto de mis sentidos.
Quizás es que he encontrado la fórmula para que seamos amigos y amantes eternamente, ¿te imaginas?
Estoy hablando al aire. De todo lo que existe en esta vida, lo que más se parece a lo que alguna vez soñé y nunca llegó a ser del todo real, es la tecnología. La tecnología que a veces se me antoja tan familiar y tierna.
Puedo caminar sobre superficies de luz, puedo dar volumen en espacios huecos, puedo proyectar pensamientos en paredes blancas. Y me digo… “ojalá rescatáramos sólo lo bueno de la tecnología; seria milagroso”.
Pero no conseguimos deshacemos del eterno peligro del consumismo y su evolución, indisolublemente unido, parece ser, a la tecnología más puntera. No nos deshacemos de su enorme parte oscura. Ahí están, las dos caras de la tecnología… de las que yo sólo he soñado una. Pero esa una era igual que la real. Me estremece y me emociona pensar que sí que somos capaces de hacer algo de lo que sentirnos orgullosos más allá de nuestros logros emocionalmente puntuales.
Me hace sonreír saber que la tecnología tiene algo místico y que a veces, sencillamente, “lo logramos”.
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