Hoy voy a la iglesia por primera vez. Las demás, en que no me entregué, no cuentan. Hoy voy como el primer devoto. Hoy soy jesuita, soy papista, hoy me abandono a un dios para que haga los deberes por mí, justo como hace cualquier cobarde. Hoy soy un cobarde más, sí, un cobarde como todos vosotros… Hoy espero encontrar una especie de compañía que me ayude a salir adelante. Hoy me resigno y me aferro a algo que no existe. Hoy soy capaz de llorar por algo que inventaron los demás. Un “algo” que mal entendido ha resultado ser una enferemdad.
Me pongo mi sombrero antiguo; desempolvo mi corbata. Hoy todo tiene un regusto casposo y rancio. Lo noto; pero eso me emociona todavía más. Todo está yendo a la perfección. Ahí estoy; ansiando encontrarme con ese pedazo de yeso lloroso; con ganas, sabe ese maldito dios, con ganas de pedirle explicaciones..., con ese odio contenido que se va a multiplicar por mil cuando le mire a la cara y él no varíe su expresión. Entro en la iglesia, y noto, por fin noto lo que notan los demás; los devotos. Estoy más cerca de todo; de la vida, de la muerte, del odio y del amor. Me sitúo a la altura de las emociones y siento cómo de una patada puedo arrebatárselas a los demás, aunque las mías no se las lleve jamás Jesús. Me siento tan sumido en la divinidad que empieza a parecerme normal estar por encima del resto de los mortales. “Si dios no puede arrancarme esta sensación de odio del interior, será porque soy más fuerte que él”, me digo. Entonces lo veo claro durante unos segundos preciosos: yo también puedo volar torres gemelas, yo también puedo inmolarme si me da la puta gana.
Esa es la mierda que ofrecen si te desvías un solo centímetro del camino que quieren que sigas. Te has de sentir triste, te has de sentir frustrado, y si vas un poco más allá, más razón les estarás dando;
Porque si atentas les das la razón.
Y así siguen funcionando en este sistema perfecto en donde tristemente, la sensación de verdadero y eficaz conjunto social sólo se obtiene cuando cae sobre nosotros el peso de la desgracia.
Como cuando dicen aquello de privatización de beneficio, socialización de perdidas. Emocionalmente damos la misma pena.
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