Viene la oficina amable y me abraza tiernamente. Por un momento pensé que era mi madre, pero detrás de esa fachada hay unos objetivos gélidos salpimentados con angustia.
A nadie le gusta cazar una estrella que no es la suya, a nadie le gusta morir por una causa que no siente… pero ahí estamos, viviendo resignados mientras anochece más pronto.
Hoy es un perfecto lunes de oficina: Noviembre, nubes, algo de frío y un chispeo débil. LA gente embutida ya en ropa de invierno; las chanclas son sólo patrimonio de los despistados o los aguerridos pero descontextualizados. Hoy me apetece pasear por L’Illa, probarme corbatas y tener hijos; Me apetece llegar a casa y entretenerme con tecnología; me apetece ser feliz con lo que toca.
Pero todos es una mentira, eso estoy condenado a saberlo, y a la verdad se le puede evitar, pero no la puedes destruir. Permanece siempre en algún lugar, colgada en lo alto de Dios sabe qué.
Planeamos con ilusión, porque cada alma fue obsequiada con algo de eso. En un momento u otro, te has de sentir orgulloso de quién eres de la forma en que eres.
Aunque seas un perdedor compulsivo como yo, acabas teniendo la sensación de que tus convicciones al final solo son un juego más dentro del gran casino de la vida. Porque decidimos que fuera un casino lleno de luz y de color, nuestra vida.
Algunos elegimos morir en vida para convertirnos en espectadores excepcionales que no se aplican lo que piensan, pero que no olvidan nunca lo que por sí solos aprendieron. Otros eligen vivir.
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