Tiene la cara desviada; la calle extendida, y entra en el primer emplazamiento donde le atiende una cara plana y sonriente con jarrones de porcelana al fondo; le brinda los mejores avances a pesar del olor a jamón; y de repente se nota la montura de unas gafas en sus sienes; entonces decide seguir en aquél sorprendente mundo, porque las gafas no sonde pasta y por tanto, no se creeun maldito hijo de puta. Y entonces continúa allí, viendo el fútbol en el televisor mientras empieza a llover; y recibe un mensaje de una amiga y amante, y tiene tiempo para darse cuenta de que desciende por un tobogán, y que eso es la vida sin más. Entonces se fija en el metal de la barra; en aquella chapa preciosa; y si en algún momento asoma la angustia o la amargura; ya se ha ido con aquél brillo;
Él formaba parte de una vida normal; tenía que conformarse con sentir las gotas de agua; practicar sexo y disfrutar del futbol. Anestesiarse con el alcohol y las canciones. No tenía tan poco si lo comparaba con lo de los demás. Y eso le causaba una triste felicidad que le hacía seguir el rumbo que los demás marcaban.
El chino-japonés-andaluz le reía; los chocos iban llegando y pensaba en sus canciones; bendito don de la creación; “es lo único que me hace sobrevolar mi propia existencia; aún sigo siendo una orquídea: puedo acariciar como en un filme”.
Anillos, venas, uñas en carne viva; sus manos son así, y no sabe si le gustan por ser suyas o por ser atractivas en su deformidad.
Los pinchos, las medianas y las croquetas iban pasando… en la puerta el hollín; odiada polución barcelonina. El ensanche estrecha la vida; llegar a casa, abrir la nevera, perder el tiempo mirando el bonito parque interior de su manzana desde la galería mientras degusta un Activia; dormir y atravesar las mismas sensaciones siempre y cuando haya ilusiones sobre las que asegurar un campo base. Es así de curioso; ilusiones para no perder el norte en una vida sumamente aburrida.
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