Tuesday, February 03, 2009

Esquela 220: Salgo de paseo

Atardece en el colegio. Los sombreros de cuero en las cabezas, las piernas colgando. Delante la gran avenida, las bahías petroleras y el alquitrán que los inmigrantes colocaron los días de calor.
Paseas por la cuneta mal resuelta, gritas cualquier cosa y te sorprendes. No te oyes. Vehículos de gran tonelaje renquean a tu alrededor. Grandes colinas se levantan al fondo del paisaje, y en sus faldas, aparecen todas las casuchas amotonadas y los negocios de gente honesta.

La pintura y su olor, rozan la legalidad. Las palabras tienen amenudo una fuerza descomunal y desmesurada. La esperanza de vida no es la más alta, y las sonrisas se abren paso entre humo y batidas de críos que corren tras un balón

Esta ciudad puede llevar muchos nombres. Pero para sus habitantes, es la ciudad del corazón.

En lo espacial, los cohetes estallan marcando el inicio de la noche, y los adoquines se arengan entre ellos a ajarse un poco más. Si la lluvia cae, lo pueden hacer dormidos. La carretera siempre tiene alguna referencia clavada. A las afueras del pueblo hay una, formada con un palo metálico y chapa redonda. Todos los lugareños saben bien qué punto es aquél, pero ya la capa de pintura fue desconchada, y la herrumbre cubre gran parte del indicador. Nadie sabe ya ni qué punto marcaba. Nadie sabe ya a qué quilómetro hacía referencia. Ya nisiquiera saben lo que marcaba. Ya no saben tansiquiera si marcaba algo. Y su sentido, ahora tansolo es mágico.

Yo viaje en ese coche. Vi esa señal.

Yo pasé de una manera extraña por allí.

Al principio, veía un solamente un quilómero representado. Al final, vi un lugar que mis recuerdos crearon junto a los de la gente de ese pueblo.

En medio, vi minas de oro, ciudades brillantes, ocasos dolorosos, tesón, agua filtrándose entre mis dedos y los de mis compañeros. Vi hollín en las chimeneas, un río cortante que reventaba la ciudad y que la tornaba un paraje de abundante amor. El veneno más peligroso era el vapor o la niebla que reinaba en los puntos más altos de las sierras que rodeaban todo aquello.

Entre los pilares de los monumentos, se producía tanta fe, que se acumulaba pisándose a sí misma, amontonándose entre muros antiguos, desbordando, desbordando, apareciendo a demasiado ritmo, incapacitando a quien la notaba para su absorción.

Demasiada fe, demasiada.

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