Tuesday, June 06, 2006

Sin destino

Se acabó. Es así de sencillo. Como que la diferencia es el límite de las estrías de la vida y que los pájaros acaban por caer.

Y todo lo que me queda es una amalgama de sentimientos. Sensaciones extrañas que se han metido dentro de mí. Todas tan rápido que apenas se han podido cristalizar por separado. Así que se han fundido. Por ello hoy tengo este tipo de mineral indefinido.

Ser capaz de contar historias a los demás mientras te agazapas bajo una duna, compartir tonterías de siempre con gente de nunca, tomar té en el primer bar que encuentras... Todas esas cosas son posibles porque nos gusta pensar caprichosamente.

Yo solo te quería pedir que me prestaras tus brazos otra vez. Ahora solo los pondría en cruz, te pediría que llevaras tus sensaciones hasta el pequeño cerro que hay detrás del edificio, y olvidaras, por favor, el trágico momento.

Sé que eso es algo que solo duele y nada más.

Cuando estábamos solos, las luces en la noche brillaban de oscuridad porque las alimentaba la fortuna, y si conseguimos que pasaran aquellas cosas maravillosas, fue porque fuimos caprichosos. Y créeme, créeme, que te voy a guardar sin tu permiso, en el compartimiento más estanco de mi alma, para no volver a perder las referencias de este mundo tan cruel, tan cruel, que –por cierto-, se me ha desnudado durante estas últimas noches.

Te construyo, te construyo poco a poco, y te trabajo para que seas la más fuerte en mi espacio terrenal y privado. Te cultivo para que esparzas malas hierbas en el hacendado, para que te fumes todos los cigarrillos del mundo bajo el toldo de la avenida que da a todas mis vergüenzas. No me puedo perdonar nada.

En el bolsillo quedan unas cuantas monedas y un par de recuerdos. Es el fútbol y quién nos retaba, es el color rojo de las caras de quienes bailamos durante toda la noche al son berebere previa autorización tuareg.

Es una evocación que fecunda en mi interior y que provoca la eclosión de unas ganas joviales de morir. Me quiero morir en el puerto, me quiero morir y dejar de pensar en qué está bien para mí y qué esta bien para los demás. Es una pequeña niña que ya ha crecido lo suficiente para sobreponerse a la magia de los otros años y ha logrado ser fría. Escúchame, escúchame, escúchame, sé que los instrumentos se están desafinando paulatinamente y que esta melodía anuncia un final horrible. Pero mira, mi voz trata de sonar clara a pesar del estruendo., no te vayas, por favor, no te vayas del concierto.

Corríamos como locos detrás de pelotas y resulta que en realidad eran estrellas colgadas del cielo. Corríamos queriendo querer llegar. Ahora sabemos que creímos poder llegar, y lo único que hay detrás de esta nueva certeza, es una pizca más de infelicidad.

Perdóname, perdóname, perdóname, viento, aire o brisa, perdóname por no tener una puta casa a la que ir.

No lo vas a hacer y recibo, con esta última carta a ningún lugar, el jodido dolor que me he ganado.

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