La cabeza de cebolla corretea por la oficina luciendo su
grácil posado, cual cervato sintacato, en alípodes de torneo. Yo me dispongo a
contraer matrimonio por enésima vez con el escualo abérrimo, celebérrimo
asunto, macabro y oscuro deseo. A ver si esta vez alcanzamos la parte final del
ritual… aunque ese mentecato de tiburón poco hará por mí de buenas a primeras o
de cuartas a quintas.
Que el tiempo pasa ya lo sabemos. Lo sabemos absolutamente
todos. Aquí de lo que se trata es de lanzar tu pensamiento un poco por encima
de los demás. Yo, ahora, por ejemplo, tengo un volante. Me encanta conducir con
ese volante. Lo utilizo para mis videojuegos. Pero creo que lo voy a hacer más
grande. Le voy a anexionar un pequeño hula-hoop alrededor. Lo forraré con una
suerte de material que emule la piel de cualquier volante de gama alta. Un
volante que va más allá de lo chevroleteño. Obvio. Yo también tengo derecho a
soñar. Soñar gratis, no? Tengo una pistola de silicona con la que enganchar con
fuerza la anexión soñada al volante original. Yo tengo derecho a soñar sin
tener que pagar un precio a cambio, no?
Es lo bueno de la descuidada humanidad. Que sueña sin pagar
precio alguno. No hablo de precio económico. Hablo de precio moral.
No comments:
Post a Comment