Es una mañana colmada de una ceniza que vino ayer… Ha venido
de muy arriba, de muy lejos. El lugar en donde el gasoil de tu vehículo te
lleva. He ido hasta andorra en mis sueños, y sin moverme de casa. Mientras
galopaba con mi cuatro ruedas, los rostros de la gente más importante de mi
vida empezó a aparecer. Todos ellos, también de camino a Europa. La evasión
fiscal no cabía en la cabeza de nadie. Como mucho, irían allí por el tabaco, y
por las buenas sensaciones. Saberse rodeado de montañas altas es algo
extraordinario.
Nevaría, nevaría probablemente en invierno, y los restaurantes
seguirían ofreciendo pizzas prosciutto con huevo. Yo llevaría mis cascos, buscaría
mi chaqueta de cuero soñada en los establecimientos de la principal avenida de
la capital. En ese lugar no me importaba estar o dejar de estar enamorado.
Porque allí, la fase del amor era única. Todos los buenos sentimientos que
despertaban en mí las personas, eran uno sólo. No sabes lo sencillo que es
existir, cuando la fase del amor es única. Cuando no concibes las tipologías de
amor. Cuando no te desgastas pensando en cómo querer. Cuando solo te dedicas a
querer.
A mí me ha pasado, que se me ha adormilado esa herramienta inútil
que es el decodificador de la tipología del amor. Eso que te hace querer a un
hermano de manera distinta que a tu amada, a un buen amigo humano de modo diferente que a
un perro fiel. Me he encontrado entonces, tocándole el culo a un tío, y dando una palmada
fuerte en la espalda a una delicada niña.
No se trata de un canto a la homosexualidad o a la zoofilia. Se trata de
explicar que he llegado a la fase única, a
la original. Durante un instante de lo más fugaz, pero he llegado. Allí donde
te dedicas a querer sin pensar. A amar sin cabeza. Fray Luís supongo que tenía
muy por la mano este tema, pues se hacía pajas contemplando las copas de bellos
árboles.
Sólo un apunte más. Quizás el odio no resida donde haya ausencia de amor.
Quizá el yingyang ese o como se escriba, no explique la base de nuestra razón.
Quizás el odio resida entre las ramificaciones que nosotros mismos nos imponemos
y creamos a la hora de elegir nuestra forma de amar a los demás. Quizá no se
tan sencillo como decir que el miedo es la ausencia de amor. Quizás la
respuesta sea destruir el decodificador de amor, para QUERER por fin y permanentemente,
en fase única.
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