El comandante instructor García Trasorras venía pensando que
él era más rápido incluso que la muerte. No cayó en la cuenta, de que su propia
reflexión podía jugarle una macabra ironía que le costaría la vida.
Cuando Trasorras se jactaba de ser más rápido que la muerte, aludía a sus periódicas
maniobras en la base de Rota, donde era
conocido por su temeridad y preciosión a los mandos de los cazas F-17. Decía que
antes de que la muerte le echara las garras encima, él ya estaba saliendo
airoso del zarpazo, cual grácil mosca ente el humano manotazo.
Aquél día y aquella práctica junto al alférez alumno Meca Huevo, no debía en teoría suponer
problema alguno. Incluso cuando la turbina estalló, se mantuvo empecinado en
dar altura al avión, sin plantearse la pertinente eyección. La suya, y la de
Meca Huevo. Este joven alférez, iba a asistir a propia fatalidad retransmitida,
sin saberlo. Su cometido, no iba ser otro que ejecutar diligentemente las
órdenes que Trasorras le transmitiría. Su respiración entrecortada, la del alférez,
sólo in crescendo durante el último momento, nos enseña que solo percibió la amenaza
real por la que su vida estaba pasando pocos segundos antes del dramático
desenlace.
El suceso deja tras de sí varios interrogantes. Pero en la
base todos conocen la verdad, más allá de oficialidades y respetuosos
silencios. Porque la verdad se palpa. Más aún cuando se sabe, pero no se dice.
Ya sabían lo del meteórico a la par que sospechoso ascenso en la cadena de mando de Trasorras, ya sabían
del ansia de los oficiales del ejército nacional por demostrar a los yanquis cuánto
se equivocaban declarando NO APTO a Trasorras. Aquello de la dolencia en el
riñón, no podía ser suficiente motivo para impedirle pilotar. Trasorras era un
virtuoso, y era casi una ofensa la sentencia de la comisión americana.
Todos, absolutamente todos los que llevaban en la base ya un
tiempo, sabían que se estaban comiendo con patatas su patriotismo y su cabezonería.
La panza del F-17, había tocado con mucha fuerza el alquitrán de la pista,
creando una masa de fuego de la que fue un milagro sacar al alférez con vida.
Con Trasorras no se pudo hacer nada.
Luego de ver el documento audiovisual, luego de escuchar la
grabación con las conversaciones entre pilotos y torre pocos minutos antes del
impacto, uno se pregunta, cuánto de inmunes somos a la presencia propia de la
muerte. Cuánto somos capaces de aguantar ante la evidente amenaza, creyéndonos que
estamos tocados por una suerte de bendición divina que siempre, siempre, en el
último instante, nos va a salvar el culo. Me pregunto si yo mismo, como en mis
sueños, o como el gato que se queda hipnotizado en la noche frente a los focos de un vehículo que se
aproxima, voy a esperar, esperar a que todo salga bien, simplemente salga bien,
pese a tener otras alternativas más aparatosas
de evitar llegar hasta el fondo del asunto.
Sí, ¿hasta qué punto hemos perdido el respeto a la muerte? ¿O
hasta qué punto delegamos en los demás para que salven nuestro culo? Ojalá
fuera posible recolectar los últimos pensamientos de gente fallecida en accidentes,
para poderlos analizar, uno tras otro y poder extraer alguna conclusión que
dilucidara cuál es el punto real en que te sabes definitivamente muerto, antes
de morir, si es que lo hay… Y en caso de haberlo, averiguar si es aún reversible por el propio sujeto
afectado la situación de amenaza inminente o si no es esta percepción, más que
cantos de sirena, hipnótico baile negro y gran última broma de la diosa muerte.
“Mis carcajadas os
sobrevuelan constantemente, y cuanto más se aproxima vuestro momento, más
sonoras son, hasta el punto de revelaros brillantemente vuestro fin, poco antes
de que suceda.”
No comments:
Post a Comment