Monday, May 05, 2014

Enfrentando a Vallirana

La pelota del billar viene a golpearme con fuerza en la nuca. Mi cabeza se desplaza acto seguido hacia el marco de la mesa, y si a día de hoy me pides que recuerde aquél impacto, solo te contestaré. “el Roble de Vallirana”.

Los domingos son el camino, lo más cerca que se está en vida del siguiente estrato. Si subes la cuesta alquitranada, te encuentras con una fuga, un solapamiento, una interferencia… entre esta realidad y la siguiente.

El Ketchup de la vida trazó una estela llamada N-340. Lo supe desde el momento en que osé aburrirme entre las litorales y prelitorales sierras.  Aún era joven, y los monopatines se hacían llamar monopatines y no skates. Las suturas no eran perfectas, quizá por ello las cicatrices dejan huella a día de hoy. Se acerca la gran ola de aburrimiento, y cuando boxeo frente a mí mismo, en este cuadrilátero que es el papel o la pantalla, me atrevo a levantar la mirada, pese a lo temeroso que soy, para saltar al vacío de tus ojos. No es algo sencillo, pero es momento de aburrirme mientras te rozo.

Después, polinizaremos un claro para hacer brotar nuestra propia Vallirana. También construiremos grandes complejos piscínicos, y encontraremos el alma gemela de la Máster System. Nos convenceremos de que hay un Michael Jackson también para nuestra generación… Y sobretodo acudiremos diligentemente a la sede a confesar nuestros pecados, así como nuestros anhelos.  Buscaremos nuestra urbanización soñada como quien busca una forma cualquiera de fe. Y nos estiraremos a tomar el sol tranquilos, cerrando los ojos mientras las gotas de nuestra espalda se evaporan y los niños siguen saltando y chapoteando en la piscina. Sí, cerraremos los ojos en paz, olisqueando la muerte en forma de aperitivo, pero viviendo con fuerza hasta nuestro final.



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