Había tres cosas
de las que quería hablar en este inicio brillante de año.
Una de ella serán
las fotografías. “Las fotografías,- pensé borracho en medio del fragor de
nochevieja- no deberían nunca haber retratado un momento bello, si más no, en
un contexto social/familiar”. ¿Quién necesita fotografías cuando se encuentra
bien avenido con su entorno, cuando vibra con los suyos? ¿Quién puede recordar
en esos instantes, tomar una fotografía? Sé que exagero, ¿pero de qué coño trata
la vida? ¿De exhibirla? De saciar el anhelo de saberse reconocido por un anillo
social gigantesco pero secundario, o de ir un poco más allá siempre en dirección opuesta, rumbo a la raíz de la emoción,
y compartir la pureza del instante con aquellos que en ese instante tienes
delante? A veces siento como un arroyo de amor quiere partirme el pecho para
machacar a todo aquél que encuentre a su paso. A veces tiemblo cuando me
desborda la intensidad… y procuro contenerme, y en ese eterno equilibrio entre
lo que haría y lo que hago, encuentro algo que jamás podré compartir con quién
no esté cerca de mí en ese momento.
La vida.
Cada vez tengo más
por la mano la vida. Cada vez noto más
su fugacidad, cada vez más a la medida de mi bolsillo. ¿De qué se trata? No sé,
pero prefiero ser de los que no toman fotografías.
Ya
hablaré cuando me de la puta gana de los otros dos temas.
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