A veces, algunas veces, pienso en los
caminos que recorrí, siempre de vuelta a
casa. Algunas veces solo, otras acompañado. Algunas borracho perdido,
dando tumbos, otras agarrándome al cuello de mis amigos. Siempre en la
oscuridad, siempre desde lo oculto de la gran ciudad; cuando las avenidas callan y
las tripas urbe rugen motorizadas: sólo unos pocos nos ven, pero contamos con
su complicidad. Podría tratar de explicarlo, pero nunca conseguiría con ello,
lo que consigue mi media sonrisa al evocar todos esos momentos, juventud metro
a metro, trago a trago, libertad, verdadera libertad y la lealtad. Los restos
de esos valores, son los que quedaron atravesados en el hueco más profundo del
vientre de mi vida.
Podría tratar de relatarlos, pero no
merece la pena. Todos ellos ya no permanecen más que en mi memoria y en la
memoria de los míos, y si bien no puedo describirlos, aquí estoy, y aquí
estamos, todos aquellos que comprendemos su importancia. Seguimos caminando, y
a cada paso que damos, seguimos empecinados en perfeccionar nuestras
imperfecciones, en gritar más fuerte y en respetar nuestro propios desparrame y
el de los que vienen detrás. Es así como
hemos decidido existir, desde la parte negra, desde el espacio interior, desde
la bendita complicidad y la ausencia de palabras. Desde la sorda incomprensión.
Ahí estaremos siempre, en cada camino a
casa que haya, en la ruta de regreso, en la vuelta al hogar.
Pero que nunca quepa la duda de que…
De que el día que no nos alejemos lo
suficiente de nuestra existencia antes de volver a por ella…
De que la noche que no exprimamos hasta
la última de nuestras lágrimas y nuestras risas antes de llegar exhaustos a
nuestros orígenes…
El tiempo habrá dejado de importar, y
probablemente también nuestras propias vidas.
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