Thursday, October 24, 2013

Germinal


Abatido en la frontera, la sangre se dibuja por debajo de la camisa. Espalda mojada, corre o cojea, sea lo que sea, de medio lado; los haces de luz provenientes de potentes focos, atraviesan la oscuridad; la rajan tan abierta ella; los aviones, esporádicamente cruzan el firmamento, marcando lumínicamente las retinas de extenuado y  quebrando el techo del globo con el sonido de sus turbinas.

“Pronto morderá el polvo”, piensan sus asesinos.

Y así sucede. Se desploma contra la tierra, levantando una polvareda que le glorifica, una polvareda que otorga, si cabe, más intensidad a las luces que le persiguen. Golpea su cuerpo sordo contra el suelo, y el sudor y la sangre se mezclan con la arena.

Completamente rebozado en sus efluvios, atina hacer un último esfuerzo, y se saca del bolsillo del pantalón la estampita y la fotografía desgastada de sus hijos. Siempre una cosa junto a la otra. Le inunda la incomprensión; le trepa tan fervientemente por el cuello que siente cómo se ahoga de dolor.
Quizá no debería haber mirado esa foto en ese momento; quizá se debería haber encomendado al anonimato de la negrura. Al “no soy nada y en nada debo pensar”. Quizá debería haberse entregado sin resistencia a la sinrazón de la eternidad.

Pero lo hizo; en lugar de eso miró la postal de sus hijos; y apuesto que ese pensamiento; ese pensamiento irreductible vomitado en ese último halo de vigor y violencia, germinó. Germinó de algún modo. Porque hay sensaciones que son indisolubles.

***


Hoy en día pisamos esta tierra de histórica confrontación, y sentimos cómo se eriza nuestra piel. La historia, brota precisa de nuestras bocas sin apenas haberla vivido. Quién sabe, si nosotros mismos aquí, y en este lugar, somos la esperanza florecida de un último suspiro.

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