El octubre te sangra cuando viene el frío. Con él, suele
aparecer la mujer más invernal de toda la vida. Solo hay dos mujeres
invernales. Una es la de los ojos extremos y profundos. La otra es Björk.
Viene, con el sangrado de octubre que es negro. No es saturado.
Tú, en tu ciudad, vas resolviendo traspiés de liana en
liana. Ella permanece al final del camino, y se contornea exóticamente, y a
pesar de derretirte con la mirada, lo que sientes es frío. A pesar de sudar amazónicamente,
sientes helor. Y si alguna mujer pudo haber retratado extrañamente la conexión
más directa existente entre el amor y el sexo, es ella. Te baja el octubre a últimos
de mes, la paloma de los centros comerciales emerge, y aún sin saber porqué,
anhelas la pronta oscuridad, el aire cortante, el siseo de las avispas y la
radio mugrienta. Y eso que estás a las puertas de noviembre. Los cocodrilos van pasando en procesión, la Nicaragüita
sigue en el lugar donde la dejaste, y sin embargo tienes frío.
En secreto, deseas que se detenga el flujo o lo que sea que
llevas dentro. Detenerte en la punta misma de la posibilidad, en el saliente de
la duda, en la cresta del enigma. Dicen algunos que eso significa morir. Otros
solo pensamos que es como comerte las uñas más allá de lo permitido. Donde
topas con la carne pura, donde se abre el dolor poblando cada rincón de tu
cerebro, cada palmo de tu intimidad. Desbordante él, como la brisa que
atraviesa todos los rincones del ramal pelado, árbol tu, gilipollas, árbol tú.
Me baja el octubre y con él,
se me cae la máscara, el miedo a la muerte. No me extraña que los viejos
nos dejen al bajar el octubre. No es él quien los expulsa. Son ellos los que se
dejan seducir. Ceden al sueño eterno ilusionados. Ilusionadísimos, montan en la
nave espacial que les lleva a la otra vida. Octubre es zalamero como el sólo,
que incluso hace que nos tomemos la muerte a broma. Hijoputa, Octubre. Y su
palabra favorita no deja de ser Bienvenida. Bienvenida.
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