El gran cirio, fulgurante, perenne,
eterno; jamás vacila. El ufano cirio petula. Petula aunque no exista tal
término. Petula entre tomillo y romero; entre viñas y viñedos, bajo un sol
radiante que desvela clarividentemente la estampa en la que yo me coloco con exacta
igualdad que el resto de los elementos.
El gran cirio, otrora depósito de algún
tipo de cereal, ha venido a mí en todo su esplendor. Intento pensar en lo que
alberga su interior hueco, si es que alberga algo, y siento escalofríos. La
negrura, la furia de lo atemporal, de lo vacuo; posiblemente la descripción más
cruenta de la muerte: la nada absoluta.
El gran cirio, pues, lo es todo. Vacío en
ebullición por dentro.
Vida, fugacidad, gracia y plenitud por
fuera.
Yo llego hasta allí con mi bicicleta,
dejo tirada bajo el árbol y me acerco hacia él, atraído por lo sublime de su
esbelta figura. Miro su sombra alargada entre la siembra y se me pasa por la
cabeza pisarla, ubicarme bajo ella y colocar así el gran elemento entre el sol
y lo que vengo siendo yo.
Piso la sombra. Negrura, ablación de los
sentidos, de la emoción. Punzadas de vértigo, inmisericorde ignorancia. Me
siento desguazado en ese instante. Su poder, el poder del gran cirio es tan
fuerte que siento la necesidad de arrodillarme, llorar, pedir perdón por ser
capaz de razonar, disculparme por no tener más remedio que interpretar,
excusarme por existir.
El gran cirio, sé que el gran cirio no se
va a molestar tan siquiera en juzgarme, impasible él.
No comments:
Post a Comment