Está todo oscuro en el muelle de la Bay. Hay troncos
pivotando en el trocadero, el sol se escuiza, si es que es sol y no es luna.
Hoy viene la primavera, me han dicho; saltarina siempre, nunca se cansa, hoy
viene aunque sea casi de noche. Nosotros sólo somos animales que corretean a su
alrededor con la lengua fuera y moviendo el rabo; Los cromos, los cromos
terminamos siendo nosotros; cromos de un gran álbum; nosotros solo formamos
estampas que disfrutan los de ahí fuera; en la piscina primero, después en casa
jugando a la videoconsola, secándonos la espalda; Regresa la primavera; te has
enterado o no? Las sandalias, vuelven las sandalias y el riesgo… Vuelven los
tenderetes donde estuvimos; ofreciendo nuestras manualidades, hechas con amor,
con la inocencia que de los niños; con la ilusión de los críos que se creían
gamberros. Después aparecía el pesi de la urba con su mujer y nos decía “hola,
pandilla”. Qué ha cambiado de entonces para ahora? Muchas cosas, me temo. Pero
nada que no sepamos… el equilibrio en las relaciones es mucho más complicado,
se acabó la naturalidad. Ahora es todo un baile de intenciones, a menudo
desacertado, a menudo hipócrita, patoso y paquete, memerudo, que diría yo. Nada
nuevo.
Chen, el abuelo que observa, es analizado por enésima vez
por los científicos nipones. Los
lugareños aseguran que es Dios. Pero él sólo dice que observa. Observa, con su
caña de bambú a un lado del regazo. Las olas chocan contra la roca, y él dice
que el golpe lo nota en su propia espalda. Le aparecen marcas en el lomo, es
cierto! ¿A caso no es un milagro?
Él dice que no, pero que no puede decir nada más. Que esto
es una adivinanza y que debemos desvelar el porqué de tan fascinante conexiones entre el estallido de las olas del mar y sus heridas en la espalda por nosotros mismos. Chen ríe,
es extraordinario. Podríamos pensar que es un asceta, que solo pretende
desaparecer logrando la ansiada comunión con los elementos…. Pero el viejo chen
sonríe, y dice “soy demasiado humano para conseguir ese tipo de cosas”. La
primavera también ha llegado Fukoka, él venera el sexo, la parte carnal,
incluso más de lo que su cultura le permitiría reconocer… Qué hacemos pues? El
viejo me lanza un reto desde su silla. Lo percibo desde aquí. Yo, de momento,
sólo sé que debo aceptarme, aceptarme, aceptarme. Sé que estoy en el camino
correcto. Me debo aceptar. Enjuagándome regularmente con el agua de la lluvia,
me debo aceptar; pues lo que quede de mi después de que el barro se diluya, soy
yo, brillantemente yo; Si es que hay algo entre el espacio que configura mi
alrededor, eso soy yo; eso que brilla después de que la lluvia caiga; Estoy
cerca de Chen. Las olas por su espalda, la lluvia por mi cara; y al final la
verdad absoluta, estancada en un mundo dinámico, casi termostático…
Hay algunos que se pasan la vida intentado descubrir el
porqué; la razón huele a mierda. Mal uso de la razón; la adaptación total se
consigue renunciando a ella. Cuanto más usamos la razón, más nos inadaptados,
cuanto más uso hacemos de ese absurdo mecanismo de defensa que aparentemente
nos defiende a los unos de los otros, más nos alejamos del mundo.
Chen sonríe y me dice que estoy atontado. Jamás la palabra
atontado estuvo tan por encima de cualquier otra que se asocie con la
inteligencia tal y como la entendemos.
Chen, joder, estamos en la onda. Bebamos saque
interestelarmente.
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