Todos días, con el dedo curvado; recojo las migas
con el dedo curvado; Los aviones pasan. La pared de roca es naranja, vívida de
naranja, siempre que el sol de la tarde le da de refilon. El sol collejea la
roca, la estira, rebaña su calor por ella. El puente blanco, el de siempre,
permanece donde siempre. Hay maleza, hierbas que se adueñan de los huecos que
hay entre las cavidades del torrente; Es un paisaje bonito, apacible. Esplugues
me ha visto crecer, y hoy, soy yo quien la ve a ella desde este precioso ático.
Mis abuelos hacen cábalas, yo decido volver a
coger un pincel y dejar atrás mi etapa de cocainómano. Quizás el olor agresivo
del aguarrás me ayude a soportarlo todo mejor. Quizás retomar el óleo me haga
contactar con la crudeza de la vida; esa que me rodea y me aprieta, pero que a
la vez me importa tan poco. Quizá necesite reconectarme. Quizás necesito un
poco de polígono en vena, quizás necesite contar con todas saquellas visiones
de provinciano, quizás ansíe volver a ser el rey del recreo; Quizás mecesite un
poco de amor, quizás una nueva guitarra eléctrica; quizás necesite dejar de
trabajar; quizás pueda volar y encentar; dar con los diez puntos; Desde el
pequeño ático, su terraza floreada, geranios y jazmin, menta y alguna rosa
fugitiva, el trastero, emblemático trastero, opta a las presidenciales de los
trasteros. Es un trastero consolidado, más que consolidado, de experiencia
contrastada y capaz de revolucionar el panorama de los recuerdos.
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