Friday, November 23, 2012

Kyoko, petóleo, niños y comunión.


¿Eh, has escuchado las noticias hoy?

Un f-18 ha sido abatido esta mañana, y ya están construyendo otro en su lugar.

En el sureste del país juegan con cubiletes y palas en la costa de la playa.

Yo me echo mi crema de verano en el cuerpo; después, me dirijo a la señorita Kyoko de nuevo, que toma el sol a mi lado.

Los niños se levantan empiezan a correr por la costa salpicando a la gente que pasea remojándose los pies. “los niños son el petróleo”, pienso. “Los niños son el petróleo de la vida”, me da por pensar. Hay que ver cómo arrancan la energía de la nada; hay que ver con qué facilidad abruman al eterno observador. Comparto mis pensamientos con Kyoko, y florece el enésimo almendro en el interior de mi corazón. No por ser uno entre tantos otros, deja de ser menos espectacular. Ese es el poder de compartir mis momentos con Kyoko; Incluso la eterna felicidad tiene puntas de intensidad regulares, a pesar de no existir la tristeza en mi alma desde que la conozco.

Kyoko no puede estar mucho tiempo bajo el sol. Como cualquier cosa preciosa, debe resguardarse pronto de sus rayos. Ahí se va, por donde ha venido. Solitaria, muy solitaria Kyoko. Se pierde entre las dunas. Yo me quedo con la duda de saber cuándo volveré a verla. Quizás pasen días, quizá semanas…puede que años.

Los niños siguen correteando, rebozándose en la arena. Pienso entonces en el resto de mi vida. El resto de mis amigos. Ellos pertenecen a este mundo. Los quiero por ser como son, pero con ellos no puedo atravesar los alambres que separan mi alma de la del mundo. Kyoko me hace sentir como el vapor de una terma. Con ella al lado me veo desde fuera, y sí, lo reconozco; me siento fuego, me siento cerveza; hoguera y sonrisas; me siento luciérnaga; Me siento baile y pueblo; Es comunión; Vamos todos juntos sin preguntarnos hacia dónde; lo importante es sentir que no estás sólo; tienes el crepitar, las carcajadas; algún eructo de felicidad; las patatas fritas de la parada; el kétchup, la salsa barbacoa; Tienes el Hospitalet.



Todos nos montamos en la espalda de Kyoko. Tan pequeña como es ella debes pensar que no hay manera de caber ahí encima; pero sí se puede: Su espalda la conforman hectáreas de dispares emociones. Hay sitio para todos nosotros. Ella nos lleva de un lado a otro cuando está cerca de nosotros. No importa si eres momento, si eres olor, accidente geográfico, persona, paisaje; aullido. Aquí, encima de la espalda de Kyoko, todos somos iguales.

Todo el mundo está invitado a colgarse de ella. Sólo hay que tener un poco de imaginación.

No comments: