Minogolf hits again. Ramón, con el pelo largo, supuestamente atractivo, se retira algunos mechones de la frente. Su acento sureño me descoloca. No sabría decirte si es de Sevilla o de alguna extraña Guayana. Alex, un joven con decisión, me llegó a apodar “el hombre de las bicicletas”. Jamás uno de los mayores me había tratado con tanto respeto. Hacía sol, sudaba mucho, pero en comparación al resto de los que estaban en el campo, yo apenas mojaba la camiseta. Corría por la banda, y no creo que lo hiciera mal. Había un bar allí al lado de la pista, comprábamos agua fresca. Podía ir en bicicleta por cualquier carretera; de alquitrán o de tierra. Allí, en esos caminos, fue donde me empecé a dar cuenta de que podía ser feliz mirando la tierra sin nadie más. Allí es donde empecé a calibrar la magnitud de la existencia, y lo pronto que todo acaba.
Digo esto, y mírame ahora; mi bici me la robaron, y ya no he vuelto a enfilar aquellos benditos senderos. Sabe Dios que tengo que volver.
A pesar de lo bonito de la soledad, también decidí que compartir aquello alguna vez cuando pudiera, con alguna chica, debía ser magnífico. Perdernos por aquellos campos cargados de estática emoción, que ella me acompañara y tratara de comprenderlo, debía ser quizás lo único que pudiera superar mi ya de por si desbordante felicidad. En los tiempos en que me di cuenta de la importancia de aquellos paseos, de lo que me aportaban como sujeto y de lo que me aportarían si con alguien los compartía, yo era un chico al que no se le daban muy bien las chicas. Demasiado tímido e inseguro. Si hubiera tenido la oportunidad de estar con una, se lo hubiera dado todo, la hubiera sorprendido a cada momento. Lo sentía; estaba hasta los topes de ilusión y la quería mostrar a quien conectara conmigo.
Ahora las cosas han cambiado; he conocido a algunas chicas; algunas estuvieron en el apartamento que está cerca de los caminos de tierra y alquitrán, pero no he encontrado las fuerzas para llevarlas allí. No porque haya perdido interés en la bolsa de energía que reina por aquellos paraderos, no. Más bien, el hecho de no llevarlas a los puntos clave donde se revela con fluidez la concepción de la existencia, no es otro que mi falta de interés por el proyecto que conformaba junto a cada una de ellas. Es así. Escríbelo sin miedo.
Hoy, sigo venerando aquellos mismos lugares y sigo queriendo compartirlos. ¿Llegará el día en que eso suceda? Ya no lo sé, pues si algo me enseñaron los caminos de carretera y alquitrán, es que la vida es corta y sucede sin tener porqué reservarte una historia especial. He de dar yo mismo con la puerta, abrirla, y regresar allí para que me enseñen la otra mitad de la percepción. Entonces, y solo entonces, me plantearé comprarme una moto de agua.
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