A veces confundo las caras de todas ellas; como las farolas que voy dejando atrás; como las farolas que iluminan mi camino en plna oscuridad. El olor a carburante, los collares del retrovisor; A veces, confundo las sensaciones que cada una de ellas, separadas, me ofrecían. A veces, cuando detengo mi carro, el pasado, que viene pegado a mi culo, choca por la inercia contra mí despiadadamente; entonces me pregunto si estoy haciendo bien continuando por la Main Road.
Si me preguntan si he querido a alguien alguna vez, opto por guardarme la verdadera historia; demasiado larga y complicada. ¿Cómo podría decir que soy un portero del amor? -Un guardameta del flujo de este- ¿Cómo puedo decir que mis reflejos empiezan a flaquear y que me cuesta más que antes retener las cantidades de concordia que antes apilaba? ¿Quién lo va a entender? ¿Quién va a entender que me encuentro bajando por una escalinata especial, hacia el salón de los mortales? ¿Quién va a creer la historia de un condenado a acabar del modo menos especial?
Las caras de todas ellas son una misma, las sensaciones no hablan de ninguna en concreto. Al final sólo acaban hablando de mí.
El paso queda libre, vuelvo a apretar el acelerador impregnado aún de la humedad de la ola del pasado. Aún dudando si he hecho bien. Aprieto a fondo el acelerador, bajo la ventanilla para sacudrime toda esa nostalgia tan desorientada. Porque no hay nada peor. No hay nada peor que la nostalgia desorientada, la nostalgia que busca un lugar en el que caer rendida, pero nunca lo encuentra; la nostalgia que te persigue como un chucho callejero, que sólo te reconoce a ti, a nadie ni nada más. La nostalgia que te obliga a llevar a dos pasos de distancia tu pasado por mucho que te quieras alejar de él. Un pasado que sólo habla de ti y no de ellas una a una.
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