Unos días de lluvia, un fin de semana en una casa que es casi mía; el viaje, en tren viendo el mar gris limpio. En su interior únicamente hay cosas buenas, aunque sea sólo por una vez. Si me doy prisa, podré disfrutar del olor a tierra mojada; del olor a césped húmedo. Lo podré hacer en silencio…
El patio de Héctor vuelve a aparecer; me hago inmortal al tiempo que el cuerpo me pesa; congelo el tiempo, pero necesito un acompañante. Cientos de filmes esperan y la estampa se torna idílica con tantas películas por ver.
Habrá algún bosque desde el cual tirar mierda envuelta en papel de periódico? ¿Alguna saliente desde lo alto de la cual sea posible hacer llegar un sobre repleto de mierda al primer convoy del regional?
A lo que me llevan estas sensaciones es al vacío. Porque las heces descargan mi intestino, y porque mi mente por fin encuentra un lugar en el que pensar por pensar, sin que nada ni nadie le mande.
Entonces viene el resindent evil, las pajas en el baño; el olor a humedad del cuartillo del agua. Las niñas de la urba que ahora ya no están y que con su ausencia hacen los retazos que guardo de ellas más fuertes y perfectos. Todas se fusionan en una, pero básicamente predominan tres: Nuria, Maria Jesús y Silvia. A cuál más tonta, me pregunto. A cual más follable. Instinto y utopía, memorai volátil y una de ellas en especial, agarrándose de una barra metálica mientras jadea y suda. ¿Qué debe haber sido de ellas? Sus carnes ya no estarán tensionadas, pero es que las mías tampoco. Ahora les podría reír las gracias de igual a igual y decirles “yo me muero, pero vosotras os pudrís conmigo”. La popularidad es de papel, no cabe duda, y a la mínima que cae alguna gota, se arruga.
Ella, mi pequeña, no es así. Ella nunca tuvo lugar para albergar el sentido de la popularidad en su corazón. Por eso cuando llueve sólo se moja, y sigue siendo bella con su pelo oscuro.
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment