La lluvia cae y diluye todos mis pensamientos, que se mezclan como los colores en el agua residual de la acuarela. No llegan a la caballa y prefieren quedarse en el tintero. Ese es su espacio original. Allí, en ese agua de mala muerte, aparecen retazos de emociones miserables y deseos enfermizos aderezados con la habitual confusión. Pienso en penetrar a una extraña, pienso en querer a quien empieza a ser una conocida, pienso en que no quiero pensar nada de eso.
Por las noches tengo los anhelos más puros. Deseo olvidar todas mis ansias e instintos y convertirme en lo que recuerdo de mis preciosas postales: Un poco de aire entre los huecos de un árbol de la urbanización, una sonrisa amortiguada de un niño lanzándose a la piscina, una merienda en el apartamento de mi abuela. Es entonces cuando puedo conciliar el sueño, cuando me siento mejor, cuando me siento ordenado.
Y mira que es fácil de verlo, mira que es fácil si lo sientes. La vida es un error progresivo. Sólo al principio no hay ninguna madeja de temores, complejos, ni de instintos que chocan con lo que nosotros elegimos socialmente al hacernos mayores. Estoy cansado de los constantes dilemas, las permanentes incoherencias entre lo que somos y lo que queremos ser. Estoy harto de querer justificarme y escuchar las justificaciones de los demás. No puedo soportar el natural amanecer de los temores y las codicias.
Por eso, cada noche me cuesta dormir y solo concilio el sueño cuando logro imaginar que soy de todo menos humano.
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