“Ahora soy arameo”, me digo mientras me tiro un peo.
Entonces empieza el farragoso viaje, el itinerario del hombre descontento. Una trayectoria basada en pasmosa mansedumbre, un safari en donde el único que viaja es un animal enjaulado. Ese animal lleva mi nombre y por tarjeta de presentación una sencilla congestión nasal y unos oídos tapados. Tampoco podemos olvidar su espalda cargada, algo entumecida.
“Ha sido un buen fin de semana”, me digo. “Es un placer tenerla y retenerla entre los brazos”. Es tan pequeña y vive tan lejos de mí, que es un placer invitarla a casa y verla interactuar con los objetos de mi cultura. Soy un doctor de humanos especializado en la emoción en primera fase. Cuando beso, no beso sino que analizo telegramas.
Desempeño este trabajo desde que tengo memoria, y esté en el lugar en que esté, --por ejemplo aquí—sigo dándolo todo en lo que se refiere a las curvas de comportamiento, a los elementos que nos hacen débiles o que nos dan fe… Ese es mi verdadero camino aunque la realidad diga que me pudro sobre esta silla rallada.
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