Reencontré las situaciones allí donde las había dejado. En un sótano húmedo fueron madurando. El aire, frío y cargado pudría todo lo que allí dentro se encontraba. Entonces empecé a reír pensando que si pudría mi alma, quizás en realidad la purificaba. Como el vino mismo, como las sensaciones y los recuerdos, que simbolizan perfectamente el sinsentido de la vida. Cuanto más lejos está algo, más lo quieres, ¿verdad?
Entonces te acaricié el pelo pensando que, si ahora te quería un poco, te podría llegar a querer como a nadie cuando desaparecieras de mi vida. Entonces, valoré mucho más aquel momento en que te pasaba la mano por la cara.
¿En qué vida nos ha tocado vivir? ¿Existirá algún otro tipo de existencia en que no tengas que estar tan pendiente de lo que piensan o hacen los demás?
Tuve que construir antes de haber nacido lo que construiré algún día en esta vida. Tuve que haber decidido en algún momento sentir así. En algún momento que se escapa a mi propia razón. Tuve que elegir estar aquí así de perdido. Me quise tocar la espalda con el brazo. Pero no llegué. Entonces te pedí ayuda en aquel sótano al que llegamos sin entender que era un espacio precioso. Tú me acariciaste la espalda. Esa sería una de las pocas cosas que nunca podría hacer sin tu ayuda, volví a pensar. Qué curioso, tenerte aquí, tan cerca, ahora, y que no me molestes. Qué curioso romper contigo algunas de las barreras que siempre he levantado auspiciado por mis miedos.
¿Será que no hay ya tanto tiempo que perder? Será que sí hay un equilibrio entre mi madurez y la de mis recuerdos, entre la de los lugares y la del tiempo. ¿Y si todo eso pasa aquí y ahora?
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