Entre la pena de quién no siente ni para bien ni para mal.
Entre quienes tienen la carcasa metálica, el estuche soñado, Entre aquellos que
obviaron el contenido para agasajar el continente. Los días de playa y sol, la
entrega hacia el furor de las olas, su sonido chapoteando en mis oídos. Los
cálculos de la renta variable. La inestabilidad gubernamental, el trabajo menos
emocional de mi vida. Y tú, aún, un poco más lejos, tú.
Hay una pasarela que lleva al mar, pero que no tiene barcas.
Una especie de altar que parece reclamar mi presencia. El horizonte, es
exactamente como lo imaginas: liso y azul. Tan abierto que se percibe la
curvatura de la tierra. El paso de lo terrenal a lo espiritual, sólo se puede
conseguir por la vía rápida si tienes una buena moto de agua. Eso por lo menos
es lo que hubiera pensado 10 años atrás. Ahora no estoy seguro ni siquiera de
eso. Nadie demuestra nada. De los de toda la vida, solo unos pocos merecen la
pena. Los otros viene n y van, como brisas otoñales que no hacen más que recoger
hojarasca muerta, sabe dios para qué. La rescatan para volver a colocarla en
otro lugar en una especie de danza ritual sin sentido.
En mi terraza hay unas cuantas plantas. No te creas que cuando las miro no guardo un espacio para ti. Para nuestra realidad alternativa, donde vemos cómo van ganando terreno a las baldosas. Cómo los dinteles se van ennegreciendo, cómo las tardes apoyan tus vestidos en nuestra cama, cómo adquiero el vehículo necesario, y cómo ols reflejos en los cristales de los rascacielos se vuelven parte habitual del día a día. Tú miras la hora, yo preparo el almuerzo, la televisión sigue encendida, y el sol, probablemente nos observa con cariño cada vez que ilumina nuestro pequeño ático...
No, no te creas que cuando las miro no guardo ese espacio.
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