Tmuriel el pera da el último repaso a su magnífico
proyecto. Mis amigos me preguntarán si estoy orgulloso de haber formado parte
del mismo.
Yo les contestaré que “estar cerca de alguien” no significa “trabajar
con alguien”.
En los días de verano como el de hoy, la lluvia cae
empañando la ilusión. Aún así, desde la tecnología más pura, subsisto.
Etoy cansado de ser ignorado, cansado de perder mi talento,
cansado de marchitarme en vivo.
Menos mal que la tecnología está de mi lado.
Por eso mismo, decidiré comprar una casa en la calle de mis
verdaderos maestros. Un piso alto y con luz, donde el sol se refleje sobre las
piezas metálicas de mis coches en miniatura. Ha de tener un parquing grande,
con una rampa pronunciada y en curva. Ha de vivirse la navidad y el invierno
calar de forma intensa incluso en estos días de calor. En la juguetería,
entraré por primera vez más como padre que como hijo. La balanza, se va
inclinando inexorablemente. Y como tributo a los mejores videojuegos de mi
vida, me planteo tener un retoño. Será
una manera distinta de vivir lo de siempre, comandando un muñequito a través de
las mismas fases que hoy me sustentan.
Eso, hay padres que no aciertan a entenderlo.
El gris, tapado
cielo, pesado, denso. Aquí, también sabemos sentirnos tristes, que no os
engañen. El cielo, a ras de piel, machacándote los huesos, apretándote entero, estrangulándote,
y el alma se te sale por la boca; no hay otro lugar. Muy pocos lo saben, y los
que lo saben, no se molestan en contarlo. Pero la certidumbre, al final del
camino, existe. Y aunque no se pueda contar en palabras, es reveladora.
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