La bata blanca, el ejemplo de ir
a casa. Obtuso él en su dilación, al igual las nubes le ignoraban. Ignorarle a
él puede parecer ardua tarea, pero siendo jueves y llevando 4 años rendido al
capital, uno ya no sabe ni lo que escribe. Ni le importa. Ni tampoco le importa
lo que crean esperar de él. Fui al despacho del Mayor, con las alas cortadas y
un desgarro en la entrepierna. Al ver
cómo sangraba, lejos de preocuparse, Mayor sonrió, y el muy puto me contestó
con la más grande de las calumnias: “en un tiempo quizá sabremos”. Y en ascuas
sigo, fulgurando indefinidamente, desgastándome en la flor.
Van a dar las 3 de la tarde, y el
perro, nimio, olisquea la superficie. Qué más da que sea parquet sintético, o
un fresco de Zurbarán. ¿A dónde van, las viñetas eléctricas que nos prometieron
para con nuestros tiempos, si papel y bolígrafo continúan más vigentes que nunca?
Ni siquiera sacará la patita hoy,
temeroso de ser molido a palos o a dentelladas de Tiburcio, nominalizado para
ser humanizado. Y es que cuando recorro dos metros más allá de la zona de
confort, sí que tiemblo. Yo no he nacido para esto. He nacido para dorar mi
lomo al sol.
Algunos psicólogos sentenciaron. “Tendencias
suicidas”. Qué fácil es tratar de comprender el mundo de los demás cuando se
mira con cierta distancia, cuando uno se toma una copa de pacharán para caldear
la garganta. Qué fácil es hablar desde la barrera. Comprender sin recibir golpe
alguno, le hace creer al analista, que tiene un don divino. Y juzga como quien
agasaja a un bebote de pocos meses, un bebote que ya responde a sencillos estímulos
que a buen seguro le llenan la cavidad emocional hasta los topes. Cosa que a
nosotros, los humanos viejos, ya no nos pasa ni con los azotes más cruentos ni con
las sacudidas más secas. ¡Cuanto hace que no me rellenan el agujero vacío, que
parece que tenga un cartel de “cerrado por derribo” desde el día que me supe
uno más!
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