Dame una
palabra como la que me das. Suficiente. Suficiente para tomar carrerilla. No pienso
leer más. Sólo la primera de las que me das, porque ella sola, prende todas las
fantasías que caben en mi cabeza. Será que si escucho dónde va a para lo que me
tienes que decir no va a ser seguro tan
bueno.
Dame una
sola palabra, que es la chispa por la que transitan todas mis ilusiones ahora
por ahora anquilosadas. Una sola, para saltar en trampolín. Arranca las riendas
al caballo, pero no lo montas, Deja que corra salvajemente. Va a ser
insuperable seguro. Por eso no quiero leer ni una palabra más de las que me has
reservado. Quiero manejarme en la incertidumbre, vagar por la incerteza,
alimentando a la esperanza mucho más que el desaliento. Permíteme que marque el
rumbo de mis propias sensaciones, aunque me halle en un país de mentira,
gobernado por los cuatro suspiros de mi cabeza, un país cuya religión es tu
maldita palabra.
Ahora pienso
que ya he estado preparando mi chándal, o un puto mantel de picnic, pienso en
decirte que ya he dejado de lado mi adicción al alcohol. Que también yo sé
disfrutar del sol, que también soy capaz de hacer footing y de pensar a mi
manera en la autopista que hay trazada hasta lo más profundo de mi existencia.
Sí, no tengo
a nadie explicándome como conducir, pero también me voy a llegar al fondo de
mis asuntos. ¡Mi esquela, tú no me la quitas!
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