No sé,
son las catedrales se extienden dentro del corazón. Su altura marca la anchura
del torso de uno; se trata de espaciar lo espaciable hasta que se precie. Por
ejemplo, el momento en que perdíamos el tren y yo te arrastraba, cogido a tu
mano. Entonces, en ese instante, el
espacio se ensanchó, los sentimientos desbordaron la realidad y se esparcieron
por alrededor. Es un golpeteo duro, que quiebra el hilo frágil que nos separa.
Una suerte de accidente mediante el cual recibo un puñetazo en el estomago, a
pesar de que solo me rozas con tu pelo mi frente.
Hablo
de las catedrales que levantaron para congelar el tiempo. Hablo de estirar la
realidad haciéndola sobrepasar su límite elástico. Hablo de rajarte el vientre.
Las
noches dejan de ser noches, las horas cambian su nombre por el de las
emociones, y los gritos amortiguados del vecindario -benditos gritos-, se
tornan el escudo contra el que nos protegeremos de la deformación temporal. Parece
que nada tenga sentido, pero es muy sencillo.
Piensa
en la altura de esas catedrales. Solo tienes que pensar como se elevan por
sobre tus costillas, como te abren en canal el torso. Eso mismo es la
elasticidad del tiempo.
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